Viaje a Italia

Viaje a Italia
Aunque esta epopeya culinaria en la que el realizador Michael Winterbottom invita de nuevo a Steve Coogan y Rob Brydon es una divertida comedia basada el rápido diálogo entre ambos cómicos, “Viaje a Italia” renquea no por sus propios delitos y faltas sino por una práctica patria que no podía haber previsto.

Hay varios momentos realmente ingeniosos y divertidos en “Viaje a Italia”. En una escena Rob Brydon, quien interpreta de nuevo una versión ficcionalizada de sí mismo en esta continuación de “The Trip”, recita poesía de Lord Byron imitando a perfección la voz de Hugh Grant y los manierismos de tímido galán característicos de este actor. En otro momento para recordar, recuperando una de las mejores escenas de la anterior entrega, Rob Brydon imita la voz de Michael Caine y Steve Coogan, de nuevo su compañero de viaje, se une con su propia imitación de la voz de Caine y ambos entablan un diálogo hablando como el mítico actor inglés. Es entonces que queda patente una de las principales características de esta película: su imposibilidad de ser doblada. Y, sin embargo, se ha hecho.

El resultado es el esperable. Por muy expertos dobladores que haya, ¿hay dos capaces de poder imitar la imitación de la imitación, es decir, imitar la voz de Coogan y Brydon y con ella, a la vez, imitar a la perfección un abanico de voces famosas como las de Hugh Grant, Michael, Caine, Tom Hardy, Marlon Brando o Humphrey Bogart que, en España, son conocidas no por sus voces reales sino por las de sus dobladores, quienes en algunos casos son múltiples y diferentes voces? ¿Qué grado de pérdida en la experiencia de visionado resulta aceptable?

En este caso de pastiche de imitaciones dobladas al cuadrado, vienen a la mente las palabras de un hombre al que no le asustaban las ficciones esotéricas, Jorge Luís Borges, quien bien al contrario las creaba con gusto: “El arte de combinar no es infinito, pero suele ser espantoso. Los griegos engendraron la quimera, un monstruo con tres cabezas (una de león, otra de dragón, otra de cabra). Los teólogos inventaron la Trinidad, en la que conviven Padre, Hijo y Espíritu. Y ahora la cinematografía acaba de enriquecer ese vano museo con el doblaje […]” dijo hará unos setenta años. El escritor argentino de laberínticas ficciones vivió una larga vida pero, al fallecer en 1986, no pudo reaccionar a la reciente ley del doblaje promulgada en 2013 por Cristina Kirchner en su país natal. La ley argentina establece la obligatoriedad del doblaje “como medio razonable para la defensa de nuestra cultura e identidad nacional, circunstancia que se garantiza a través de la actividad desarrollada por actores y locutores que posean nuestras características fonéticas”. En el debate del doblaje muchas veces se incluyen valoraciones de costumbre de la población, facilidad de acceso y otras, pero el lenguaje que emplea esta ley argentina, estableciendo en el doblaje un “medio” de “defensa” de la “identidad nacional”, no solo deja patente el objetivo del doblaje mismo sino que lo enlaza con el origen de esta práctica en Europa y, concretamente, en España.

Viaje a Italia

Volviendo a nuestro país, según el informe también de 2013 publicado por la Comisión para el Fomento de la Versión Original creada por el Ministerio de Cultura, “España es, junto con Italia, el país de la Unión Europea donde el doblaje goza de una mayor implantación en la emisión de contenidos”. Sin que el informe aclare realmente la razón, puesto que la nuestra es una era de volátil memoria histórica, sí la insinúa al indicar que su origen se remonta a los años 40. Realmente se puede considerar que el doblaje en español se inicia unos años antes, en 1932, cuando se dobló la película “Devil and the Deep”, traducida como “Entre la espada y la pared”. Este título en castellano sería suficiente para preconizar la opinión futura acerca del doblaje. Además, la involucración de Luís Buñuel en este doblaje primerizo hecho en Francia debería haberse tomado como señal de que ciertos resultados de este nuevo arte seguramente causarían una inmensa alegría a los seguidores de este surrealista zaragozano, pero a los de Borges no. A pesar de estos tempranos inicios, el nacimiento del doblaje en España e Italia es fruto de los fascismos. Francisco Franco aprobó en 1941 una ley del doblaje a imitación de la Ley de Defensa del Idioma de Mussolini que, como diría la ley argentina de Kirchner con un lenguaje contemporáneo del siglo XXI, vio en el cine un “medio” de “defensa” de “identidad nacional” y estableció su obligatoriedad.

Esta imposición franquista creó una costumbre que hoy en día sigue plenamente asentada en la sociedad española. En nuestra sociedad democrática actual, es innegable que el público sigue favoreciendo el doblaje. El número de espectadores en versión original en España no llega nunca a más del 5% pero curiosamente, y se podría decir que contradictoriamente dada la función que tiene la crítica de informar al público en conjunto, en los pases de prensa para los medios rara vez se proyecta una película doblada. Resulta casi borgiano que una imposición franquista se haya terminado convirtiendo en una demanda de la sociedad capitalista y el doblaje, como todo producto sometido a la ley del mercado, encuentre su mayor validación en su sometimiento a la ley de la oferta y la demanda .

Así mismo el doblaje no está exento de ventajas y de problemas. En España, y en muchos países donde el doblaje es una práctica habitual, se ha estudiado que una película doblada desde cualquier idioma pero especialmente desde lenguas complejas como el japonés, el chino o el húngaro tiene un porcentaje de espectadores mucho mayor que en versión original. Más gente accede a la película y más dinero genera a una industria en constante declive, que pierde espectadores cada año y que no puede permitirse el lujo de volverse aún más minoritaria (casi el 50% de españoles no va al cine ni una sola vez al año). La politización de la lengua y de las cuestiones lingüísticas, lejos de menguar y seguir la opinión de Sánchez Albornoz en 1994 quien siendo presidente del Instituto Cervantes opinó que «no se puede regular la lengua por decreto, los problemas sociolingüísticos no se arreglan así», se ha vuelto más compleja dentro de un territorio donde conviven una variedad de lenguas cooficiales. En Cataluña, la vieja idea de protección lingüística ha llevado a que la Generalitat apruebe leyes (y subvenciones) al respecto, estableciendo la obligatoriedad de doblar o subtitular al catalán el 50% de copias. La posible solución de los subtítulos no es una panacea y estos rótulos superpuestos obligan muchas veces a recortar el diálogo, eliminar matices y fuerzan al espectador a restar atención a una experiencia principalmente audiovisual, que no está pensada para ser una experiencia lectora. Y tampoco hay que olvidar al sector del doblaje, un gremio muchas veces mal pagado aunque está altamente especializado y la calidad de su trabajo es en casi todos los casos de muy alta calidad, el cual da trabajo a unas 30.000 personas en España y mueve unos 300 millones de euros.

Viaje a Italia

Tal vez el doblaje le vaya bien a esta película. Como al personaje o versión ficcionalizada de Rob Brydon, quien lucha literal y metafóricamente con su problema existencial de encontrar su propia voz y siempre recurre a imitaciones, el doblaje añade una capa más de pastiche, de imitación y de cita sobre la cita. Posmodernismo puro. El realizador Michael Winterbottom, recordado por su documental “Camino a Guantánamo” y muchos otros títulos, vuelve aquí a recurrir a su actor fetiche Steve Coogan. Entre otras películas, ambos rodaron juntos la adaptación de “Tristam Shandy”, una obra imposible de llevar al cine y el filme de Winterbottom es el testimonio consciente de tal imposibilidad mezclando ficción y docuficción. Si la novela de Lawrence Sterne es, como definió Coogan en el filme, un libro de posmodernismo puro antes de que hubiera nada moderno de lo cual hacer algo post, “Viaje a Italia” recorre el sendero contrario mezclando elementos posmodernos para crear una película altamente entretenida, divertida pero, en el fondo, al uso. El filme es una secuela que sabe que lo es y juega con ello, un filme que en la misma frase de diálogo une a Percy Shelley y Julia Roberts, la voz imitada de Clint Eastwood tras la cita de la broma infinita shakesperiana, que decide tener una banda sonora compuesta solo por las canciones de un disco de Alanis Morissette, que emplea un género conocido como es la “road movie” para hacer lo que quiere y donde domina la ironía. Pero, si uno quita la enorme capa de comedia y la electricidad de sus diálogos, realmente encuentra el corazón de una película dramática sobre dos hombres en plena crisis de la mediana edad contemplando la idea del fin.

La imitación de voces reconocibles es una máscara emocional de los personajes. Doblarla intentando imitar la voz de este actor a la vez que se intenta imitar otro actor esperando que el resultado no cambie por completo la fina línea de tragicomedia por la que realmente se mueve el filme es, como diría Borges, una quimera digna de su libro de los seres imaginarios. El resultado es otro, uno que en el debate acerca del doblaje da argumentos para situarlo una vez más entre la espada y la pared. Eso sí, nos perderíamos el toque añadido que orbita entre el surrealismo de Buñuel y la imposición burocrática de Kafka.

Viaje a Italia

Ficha técnica:

Dirección: Michael Winterbottom.
Intérpretes: Steve Coogan y Rob Brydon.
Año: 2014.
Duración: 108 min.
Idioma original: Inglés.
Título original: The Trip to Italy.