Boi neon

Boi neon
Con una cautivadora belleza en cada una de sus escenas, esta película brasileña ambientada en el mundo de las vaquejadas es una absorbente muestra de un cine pausado y narrativamente poco estructurado que construye una metáfora humana perturbadora y altamente impactante.

La vaquejada es una forma de rodeo muy popular en el nordeste de Brasil y, recientemente, sometida a grandes críticas por su crueldad con los animales. Si bien en pocas ocasiones resulta en la muerte del buey, dos vaqueros comprimen con el cuerpo de sus caballos al animal mientras corre hasta una línea de meta y lo derriban agarrándole de la cola, una imagen sobrecogedora. Las vaquejadas son el pequeño submundo en el que se sumerge esta película y este filme se mantiene siempre neutral en cualquier juicio. «Boi neon», traducible como «Buey de neón», no utiliza las vaquejadas como alegato en contra la deshumanización del hombre con los animales ni como metáfora sobre la responsabilidad del ser humano contemporáneo en la explotación del mundo animal. Sí es una metáfora, pero dirige sus pasos hacia otra dirección. Es una película llena de imágenes tremendamente líricas y en su visión no coloca al hombre por encima del buey que, formando parte de un espectáculo, es explotado; es el hombre quien es rebajado a la animalidad de los bueyes.

Durante su metraje «Boi neon» sigue la vida diaria de un grupo de trabajadores itinerantes que transportan los bueyes para las vaquejadas. Forman una extraña familia, compuesta por el protagonista del filme llamado Iremar, un hombre cuya función principal es preparar las colas de los animales para que puedan ser bien cogidas por los vaqueros pero quien sueña con ser modisto, el orondo y cómico Zé, la bailarina y conductora del camión Galega, y Cacá, la joven hija de ésta. Cada uno tiene su función, aunque no siguen una organización marcada por roles tradicionales ni machistas, aunque sí presenta unos sub-tonos de corte sexual muy estereotipados. Viven en su perpetua rutina, viajando de un lugar a otro, arrastrando sus heridas y sus aspiraciones, día tras día en una continua cotidianeidad, y así los muestra la película.

Boi neon

Narrativamente «Boi neon» no tiene un argumento propiamente dicho. No existe un arco ni una concatenación de acciones lo suficientemente dramatizadas como para crear una sólida estructura argumental. En ciertos momentos da la sensación de que «Boi neon» es un encadenamiento de escenas costumbristas que si bien hay algunas que influyen en el desarrollo de las siguientes, como el ascenso de Zé a otro puesto y la llegada de un nuevo trabajador al grupo, no hay una historia propiamente dicha que contar. «Boi neon» presenta una narración que se construye sutilmente, casi siempre simbólicamente, de forma pausada, con un realismo extremo y sin buscar nunca la enfatización de ninguno de sus elementos y queriendo sumergirlos todos en la marisma de naturalismo con la que crea sus escenas. Sin embargo varias escenas rompen el tono de la costumbre repetida que emana el filme, como sucede con una escena de masturbación de un caballo y otra muy explícita de sexo con una mujer embarazada.

Gracias a la belleza con la que están compuestas todas las escenas, la película adquiere una textura a momentos casi surrealista, por ejemplo la escena donde el protagonista recoge los restos de un maniquí de entre el fango, pero siempre presentan un encuadre y una composición de un atractivo visual enormemente sugerente, fruto de una contenida dirección y una gran dirección de fotografía.

Boi neon

Es curiosa la extraña conexión que se crea con las películas recientes de «Las mil y una noches» y «Cemetery of Splendour». Para la reciente trilogía portuguesa que toma el famoso título del relato de Sherezade, su director Miguel Gomes quiso contar con el director de fotografía habitual del tailandés Apichatpong Weerasethakul, Sayombhu Mukdeeprom, quien se desplazó a Portugal para filmar el proyecto durante un año. Cuando Apichatpong Weerasethakul fue a rodar su nueva película se dio cuenta que Miguel Gomes le había «robado» a su director de fotografía, tal y como él calificó el acto, y contrató a Diego García para «Cemetery of Splendour» tras haberle sido recomendado por el director mexicano Carlos Reygadas. Pero justo antes de filmar con Apichatpong Weerasethakul y, a pesar de que sus fechas de estreno hagan pensar lo contrario, Diego García firmó la fotografía de «Boi neon». Si bien Apichatpong Weerasethakul y el director del filme Gabriel Mascaro («Vientos de agosto») no comparten muchos aspectos, como puede ser el ojo documental de Mascaro o la utilización de la mitología y de un aparato divino del director tailandés, ambos practican un tipo de cine similar. Su forma de componer una narración se ve emparejada gracias a un análogo tratamiento metafórico y lírico de las escenas, y aquí se acentúa aún más por el mismo tono visual de Diego García. La mayoría de escenas están rodadas empleando largas tomas que plasman con un aire de cotidianeidad lo que le sucede a un grupo de personajes; una forma de narrar nunca apasionada ni sobredramatizada que mantiene cierta distancia con los personajes que muestra.

Si en «Cemetery of Splendour» pasado y presente, la recuperación de la identidad de un pueblo a través de su legado ancestral, la convivencia con las tradiciones, su olvido en la modernidad y su recuerdo como un sueño eran varios de los temas principales, aquí el viaje es el inverso. A través de una tradición como son las vaquejadas que aún continúa en la modernidad, Gabriel Mascaro no busca poner al hombre en contacto con su legado ancestral o mítico, lo vincula directamente con su legado animal. Los personajes de «Boi neon» no son seres principalmente racionales, son entes físicos, eminentemente sexuales, donde priman las necesidades afectivas y sexuales de sus vidas hasta el punto que la fisicalidad y la animalidad se funden hasta acabar dominando en la visión de lo que es un ser humano. En una escena aparentemente mundana pero, al igual que muchas en la película, llena de ecos, se ve a los miembros de la cuadrilla que protagoniza la película descansando mientras viajan a otro lugar en el mismo camión con los animales que, a la noche siguiente, harán trabajar en nombre del espectáculo. Entre los bueyes y ellos, en el fondo, no hay mucha diferencia. Cuando la película tiene que poner un punto y final, no se funde en negro haciendo emerger al hombre de su realidad, finaliza descendiendo a su protagonista entre los animales y haciendo que adopte un leguaje gutural.

«Boi neon», de una forma cautivadora, con su medida distancia, su falta de emotividad y el gran logro que es encontrar un equilibro en la cotidianidad mostrada líricamente, plasma a sus personajes anclados en la fisicalidad y la animalidad de la existencia diaria. El gran rayo de esperanza, tal vez, es la visión que dentro de cada personaje existe la habilidad para soñar con una vida mejor, pero es igualmente posible que los animales sueñen con lo mismo.

Boi neon

Ficha técnica:

Director: Gabriel Mascaro.
Intérpretes: Juliano Cazarré, Maeve Jinkings y Josinaldo Alves.
Año: 2015.
Duración: 101 min.
Idioma: portugués.