High-Rise

High-Rise
Adaptando una de las novelas más intrigantes de J. G. Ballard, «High-Rise» presenta con humor negro y sin escrúpulos una alegoría sobre el colapso del ser humano y la civilización dentro de un rascacielos, un descenso a los infiernos que solo el hombre encerrado en la sociedad capitalista puede crear.

«Creo que el futuro será aburrimiento interrumpido por periodos de volatilidad completamente impredecibles. Imagino que la gran expansión suburbana será constantemente sacudida por todo tipo de estallidos de actividad, como la tragedia de Waco. Lo que yo predigo son estos estallidos de psicopatología. No seremos capaces de predecirlos y puede que tengan un papel necesario, un poco de alimento para el sistema social.»

Esta frase que pronunció J. G. Ballard en una entrevista de 1995 deja entrever el tipo de visión que tenía este escritor inglés con respecto al futuro de la sociedad occidental. Ballard es muchas veces considerado como un novelista de ciencia ficción, aunque su narrativa se mueve realmente en lo que se llama ficción prospectiva, visiones futuras que plantean un marco de existencia que abre una reflexión sobre la realidad actual. Ello es patente desde sus primeras obras, como son las visiones medioambientales en «El mundo sumergido» de 1962, centrada sobre el deshielo de los casquetes polares, y «La sequía» de 1964, donde el agua potable se ha agotado. Continúa su progresiva fijación con el reverso más complejo del individuo y su sociedad, como es la trama de esta película, y la prolonga hasta sus últimas novelas, en las que sigue adentrándose en el análisis de la construcción de la sociedad como son «Milenio negro» de 2003, novela en la que presenta la rebelión de la clase media, o su último libro «Bienvenidos a Metro-Center», de 2005, y que versa sobre la idea de que el consumismo se vuelva en una forma de fascismo. Su particular punto de vista ha generado el término «ballardiano» en inglés, definido por el Diccionario Collins como «parecido o sugestivo de las condiciones descritas en las novelas e historias de Ballard, especialmente sobre la modernidad distópica, paisajes artificiales sombrías y los efectos psicológicos de los avances tecnológicos, sociales o medioambientales».

High-Rise

«High-Rise», que vio la luz en 1975 y se publicó en España con el título de «Rascacielos», es una de las obras más conocidas de este autor y plantea otro inquietante escenario. Ballard concibe en la novela un rascacielos como un espacio cerrado en el que sus ocupantes se han distribuido siguiendo una jerarquía social, con las clases más adineradas en los pisos superiores de precio más elevado, la clase media liberal en la zona central y la trabajadora en las plantas más bajas. La vida de este rascacielos es prácticamente autosuficiente, ofreciendo no solo supermercados sino también espacios de ocio, escuelas y demás. En la novela, lo que podría haber sido un argumento centrado principalmente en la lucha de clases, se vuelve en una metáfora sobre la facilidad con la que esta sociedad, construida sobre el modelo socioeconómico inglés de los 70, puede explotar y caer en una espiral de violencia que irremediablemente conlleva su destrucción y la instauración de un orden post-apocalíptico.

A lo largo de los 40 años de vida de esta obra se han proporcionado otras lecturas complementarias. Entre ellas vale la pena destacar la visión freudiana de ver el rascacielos como una mente viva y consciente, donde el personaje de Richard Wilder, realizador de documentales que habita en las primeras plantas, representa el id, Robert Laing, médico del piso 25, el ego y Anthony Royal, arquitecto del edificio y que vive en el ático, el super-ego. Esta visión de «Rascacielos» fue la que centró el guión escrito en los ochenta por el director Bruce Robinson («Withnail y yo», «Los gritos del silencio») y que nunca se plasmó en la gran pantalla. Otra reflexión, basada en las influencias del propio Ballard, se fija en el edificio en sí como construcción hecha de cemento y su diseño como espacio de cohabitación humana desde la perspectiva de la psicología ambiental y, particularmente, desde el punto de vista de Oscar Newman y su «defensible space», diseñador urbanístico que argumentaba que el diseño urbano podía fomentar o mitigar la violencia urbana y cuya perspectiva fue criticada por contener cierto determinismo arquitectónico.

High-Rise

Hasta la fecha solo otras dos obras de Ballard habían tenido adaptaciones cinematográficas de cierta repercusión, realizadas con tonos completamente opuestos. La primera es “El imperio del sol” de 1987, rodada por Steven Spielberg y que adapta la novela homónima inspirada en la propia infancia de Ballard en China durante la Segunda Guerra Mundial (Ballard, hijo de emigrantes ingleses, nació en Shangai en 1930 y falleció en 2009 en Londres). La segunda es la controvertida “Crash” de David Cronenberg y su alegoría sobre la fascinación tecnológica contemporánea usando el fetichismo sexual automovilístico. «High-Rise» ha tardado 40 años en ser realizada y, sin llegar a la incomodidad plasmada en ciertas escenas por Cronenberg, la adaptación que llega ahora de la mano de Ben Wheatley se decanta más por la psicopatología de «Crash» que por el drama de época humano de «El imperio del sol». «High-Rise» ha sido uno de los grandes proyectos que ha estado persiguiendo durante décadas el productor, y amigo de Ballard, Jeremy Thomas. Este productor, una figura a veces olvidada, muchas veces menospreciada y siempre controvertida al mediar entre las necesidades de financiación de una película y la creatividad del equipo artístico, fue quien produjo «Crash» y Bernardo Bertolluci dijo de él que «todas las películas que ha producido han requerido coraje y ambición. Él es el productor independiente con el que todos soñamos». Tras múltiples nombres asociados al proyecto, finalmente han sido Ben Wheatley («Turistas», «Kill List») y su pareja guionista Amy Jump los encargados en llevar la novela a la gran pantalla.

Como primera decisión en su adaptación llama la atención su elección del marco temporal. La novela, publicada a mediados de los 70, presenta un futuro muy cercano al de su momento de aparición, y el filme apuesta por no separarse de la letra de su fuente (incluso abre y cierra con el texto de la novela), siendo técnicamente una película de época por ambientarse en los setenta pero que al mismo tiempo especula con un futuro alternativo al que muestra. La decisión tomada permite no solo emplear el atractivo de una ambientación de los 70 sino que sus grandes fiestas con intercambio de parejas, la presencia habitual de varias drogas y su aire de libertad se integran perfectamente en la narración.

High-Rise

«High-Rise» es un filme rodado con una estética calmada, magnética y de diseño estilizado, que narra con la frialdad de un observador desafectado el descenso a la locura social que viven los habitantes de este rascacielos. El filme, en comparación con la novela, se focaliza únicamente en el personaje de Laing, un médico experto en psicología que destaca por navegar por la locura con una baja implicación emocional y quien es el encargado de llevar al espectador cogido de la mano por este descenso. La primera mitad de la película es eléctrica y todo un espectáculo cinematográfico aunque, sin desaprovechar su atractivo, sufre en su parte central cuando sus lazos narrativos internos pierden fuerza. A medida que avanza, el filme se esfuerza en cimentar un desarrollo para que la trama mantenga cierta coherencia y, en la espiral de locura y paranoia, deja un poco de lado la metáfora que ha estado desarrollando. Aparte de dar la sensación de que se ha tenido que cortar ciertas partes para encajar al filme dentro de la medida de dos horas de duración, la película se encuentra con la problemática de querer adaptar fielmente una novela. La vida dentro del rascacielos que Ballard creó carece de argumento propiamente dicho y culmina con un desenlace introducido artificiosamente por el escritor hasta el punto que, en la conclusión del filme, el director Wheatley se ha visto forzado a subrayar una lectura socioeconómica al introducir un discurso de Margaret Thatcher. No obstante, si bien no es una película narrativamente estructurada, el riesgo con el que aborda la vorágine hace de «High-Rise» una experiencia altamente absorbente.

El filme cuenta con un elenco de lujo, con un perfecto Tom Hiddleston («Solo los amantes sobreviven», «Thor») en el papel central, junto a Jeremy Irons, Luke Evans y Siena MiIler, habitantes que viven bajo el peso del cemento y quienes explotan en la olla a presión social que es el edifico. El resultado es la visión de Ballard y sus estallidos de psicopatología, los cuales quedan plasmados en primer plano. Ésta es una película tan estilizada como incómoda, convulsa como surrealista, tan proclive a excesos como al humor negro, que escenifica sin miramientos las palabras de Ballard cuando dice que «la vida civilizada se basa en una extenso número de ilusiones en las que todos colaboramos voluntariamente. El problema es que tras un tiempo nos olvidamos de que son ilusiones y nos conmociona profundamente cuando la realidad se rasga alrededor nuestro.»

La imagen que la película tiene del hombre y de la sociedad occidental en la que vivimos no es bella ni esperanzadora. Un nuevo orden surge al final del caos, en el que solo los más adaptados a él pueden sobrevivir, donde solo podrán florecer aquellos que están menos involucrados emocionalmente con el mundo en el que viven.

High-Rise

Ficha técnica:

Dirección: Ben Wheatley.
Intérpretes: Tom Hiddleston, Jeremy Irons, Sienna Miller, Luke Evans, Elisabeth Moss y James Purefo.
Año: 2015.
Duración: 119 min.