Ardor. La justicia de los débiles

Ardor. La justicia de los débiles
Quedan pocas fronteras que separen lo que se ha denominado, con su evidente problemática, la civilización y lo salvaje. Es en este territorio por donde se mueve tradicionalmente el género del western, en épocas invocando el discurso conquistador sobre «lo salvaje», como en Gerónimo, en otras ocasiones invocando la nostalgia de una naturaleza perdida y una vida en comunión con ella, como en Bailando con Lobos, pero siempre transcurriendo en los límites donde se unen la caída del hombre, su heroísmo y su redención ante el abuso.

Normalmente acompaña al western un sentimiento de anacronismo, un género conducido a crear una visión tanto narrativa como metafórica a través de la construcción ficticia de una época y unas claras convenciones cinematográficas. Ardor se adentra en una de estas fronteras, posiblemente una de las últimas existentes actualmente, postulándose como un western contemporáneo de la selva. Mostrando, más de cien años después del primer western Asalto y robo de un tren de 1903, que los conflictos violentos contenidos en el corazón del género siguen estando plenamente vigentes.

Ardor une un escenario lírico y simbólico, entremezclando destellos de realismo mágico, con la realidad de la selva que rodea una pequeña plantación. La historia transcurre en una zona fronteriza entre Argentina y Brasil, uno de los últimos reductos bajo el dominio de la naturaleza. Allí viven algunos campesinos aislados que, tras décadas de esfuerzo, logran vivir de la tierra sin sobreexplotarla. Un grupo de mercenarios les coaccionan para que vendan sus granjas, asesinando a los que se niegan, para que el progreso industrial adquiera el dominio y pueda instalase en la zona. Un hombre misterioso llega desde el río y, cuando asesinan al granjero que le acoge y secuestran a la hija, éste se ve obligado a actuar.

Gael García Bernal ejerce de héroe y de productor de la película, prolongando la apuesta de este actor con películas comprometidas como Desierto y No. Alice Braga es la coprotagonista y Claudio Tolcachir, con gran presencia y peso como líder de los mercenarios, completa un grupo de actores perfectamente escogidos por parte del director argentino Pablo Fendrik.

Durante su primera mitad, la película promete ser un impactante cuento poético y político acerca de los límites de la humanidad, su búsqueda enloquecida de la expansión y su imposición sobre la naturaleza y los seres que entretejen sus vidas en ella. La figura del antihéroe enigmático, nacido del rio y que camina entre la realidad y el mito, encarna la fuerza de la resistencia y el espíritu protector del jaguar. Con un tempo pausado e imágenes cautivadoras, Fendrik dirige con una gran textura visual respaldada por una impresionante fotografía que logra transformar su selvática localización en un personaje más, un sujeto claustrofóbico, hermoso, palpable, herido y peligroso a la vez. Durante estos primeros cuarenta y cinco minutos Ardor es un filme atmosférico y de lectura simbólica, cuya única posible crítica es que se toma a sí mismo demasiado en serio.

ardor_1Durante la segunda mitad la película sufre cierto agotamiento y apuesta por emplear las convenciones del género como vehículo narrativo, aprovechando los clichés del western para cimentar con ellos su argumento y el desarrollo de su historia. Hay el malo con su propio código ético mal ajustado, la matanza que despierta la búsqueda de venganza, la mujer que necesita la salvación en los brazos musculados de un protagonista escueto de palabras, y un desenlace tras la niebla que bebe de escenas polvorientas y áridas acaecidas en un oeste lejano. La película poco a poco se va despojando de sus pretensiones metafóricas y, con cada minuto de metraje transcurrido, rinde un mayor tributo a la visión del western de Sergio Leone. El cénit de la película es el tan esperable duelo final al atardecer en el que se culmina una consciente parodia de sí misma.

La Ardor que empezaba con un largo plano de la selva ardiendo es, visualmente, igual de bella que la Ardor que termina con las campanadas de una inexistente iglesia ambientando el duelo, pero su transformación es evidente. El filme que utilizaba un género y una historia de justicia y venganza con cierto lirismo termina convertido en un ejercicio intertextual y paródico del western. Son dos películas en conflicto: una que hubiese sido inolvidable pero que solo tiene tiempo para empezar y la otra que se pierde en su juego con el western. La primera película hubiera sido memorable pero desafortunadamente no llegó a ser, aunque por ella vale la pena dedicar una hora y media al ardor cinematográfico de Pablo Fendrik.


Ficha técnica:

Director: Pablo Fendrik.
Protagonizado: Gael García Bernal y Alice Braga.
Año: 2014. Duración: 96 min.
Idioma: Castellano.