Crítica: «12 hombres sin piedad» y «12»

"12 hombres sin piedad"

La cultura del remake ha proporcionado en innumerables ocasiones una repetición narrativa, fílmica y temática, demostrando ser un posible exponente del agotamiento de ideas en el panorama cultural contemporáneo. La práctica de la industria cinematográfica de saturar carteleras con remakes, spin-offs y secuelas sigue vigente, y numerosas voces apuntan que son muestra de la desaparición de la imaginación, la originalidad y prueba de una decadencia cultural en la que seguimos inmersos. Sin embargo, el remake puede dar asombrosos resultados.

Dejando de lado aspectos de explotación comercial, no es sorprendente que la cultura del remake se haya asentado en décadas pasadas, ya que sus características encontraron una sinergia con aquellas del postmodernismo, época cultural declarada difunta (puede que prematuramente) pero, de la cual, ciertos elementos siguen plenamente activos. Préstamos textuales, apropiaciones, citaciones, imitaciones, recuperaciones y el reciclaje de motivos y temas son formas discursivas arraigadas desde el postmodernismo. Como dijo Jean-Luc Godard, “yo no invento, robo.”

El robo, préstamo y reciclaje narrativo no suponen un nuevo procedimiento ideado por creadores de la generación de Godard, sino que es tan antigua como la tradición de contar historias. Desde Homero y los dramaturgos de la Grecia antigua en su adaptación de mitos, en la Roma clásica y su idea de imitación, pasando por Shakespeare con su apropiación de estos mitos y de obras previas como en el caso de Hamlet, llegando al siglo XX con por ejemplo el “Ulises” de James Joyce, las conexiones, relaciones intertextuales, apropiaciones y adaptaciones de otras obras para crear obras maestras siempre ha existido. Sin embargo, el postmodernismo asentó una forma de crear ensalzando la apropiación como acto de originalidad y una nueva manera de leer textos. Se consolida una sugestiva recepción basada en esta interdependencia entre obras, perfectamente representada en “12 hombres sin piedad” (1957) del estadounidense Sidney Lumet y su remake/adaptación “12” (2007), del ruso Nikita Mikhalkov: una lectura (y visionado) de ambas obras de forma simultánea en base a esta interdependencia, no en base a la originalidad de la obra sino en función de la utilización y reciclaje de motivos y temáticas.

Sidney Lumet, responsable de obras icónicas como “Sérpico” o “Tarde de perros”, no era ajeno a la cultura del remake, sino partícipe. Por ejemplo, en su filmografía se hallan títulos como “El mago”, una readaptación de “El mago de Oz”, “Gloria”, un remake del filme homónimo de John Cassavetes, adaptaciones de obras de teatro como “La trampa de la muerta” y, en su biografía, proyectos como “Scarface”, adaptación del clásico de los años 30 que luego paso a manos de Brian de Palma. Y, por supuesto, se encuentra “12 hombres sin piedad”. En las re-adaptaciones realizadas por Lumet se aprecia la pugna entre fidelidad e infidelidad textual, un debate a veces controvertido que tanto desacraliza textos como abre discusiones sobre intencionalidad autorial y multiplicidad de lecturas. Originariamente, el caso de “12 hombres in piedad” es un ejemplo de pura fidelidad al material original.

En su encarnación primera, ”12 hombres sin piedad” fue una obra emitida en directo como episodio de televisión de una hora de duración para el programa Studio One, en 1954. Fue un éxito, ganando tres premios Emmy a la mejor dirección de Franklin Schaffner, al mejor guion de Reginald Rose y al mejor actor principal, Robert Cummings. Hasta el 2003, la grabación de este programa se consideraba perdida y hoy se puede encontrar aquí. Siguiendo su popularidad, Herny Fonda se propuso adaptar la obra a la gran pantalla y escogió a Sidney Lumet como director, hombre que solo tenía experiencia en televisión y quien inauguraría su carrera cinematográfica con este genial drama judicial.

Las modificaciones que se aprecian en el filme de Lumet con respecto al original son de depuración. Poco en el preciso mecanismo de la obra se modifica, e incluso varios de los actores repiten en sus roles. Se mantiene la concepción de drama encerrado tanto en trama como en espacio y tiempo, una arquitectura aristotélica de obra teatral de corte clásico donde se respetan las unidades de tiempo y espacio (un único lugar y un desarrollo completo de menos de 24 horas de duración), así como la focalización en una sola unidad de acción, es decir una sola trama principal sin secundarias. Lumet se centra en pulir las motivaciones de los personajes, los mecanismos de acción-reacción, en acentuar la sensación de claustrofobia y añade un trabajo de dirección que, por limitaciones técnicas de la retransmisión en directo, el original no presentaba. Si uno se fija, Lumet coloca la cámara en diferente posición en función del acto de la obra, estando por encima del nivel de los ojos y en gran angular en el primero para presentar una separación entre personajes, a nivel de los ojos en el segundo acto y, en el tercero, por debajo y encuadrando primeros planos para acentuar la sensación de encerramiento. En resumen, se liman las asperezas de una buena obra para generar una obra maestra que, en esencia, es un remake directo.

“12 hombres sin piedad”, más de sesenta años después, se mantiene como una extraordinaria película donde, empleando las convenciones de un drama judicial, se construye un fascinante análisis sobre el papel y las responsabilidades tanto individuales como colectivas, las limitaciones del sistema judicial y la presencia semioculta de los prejuicios sociales, raciales, socioeconómicos y personales ante hechos supuestamente objetivos e incontestables. Las deliberaciones de este jurado, ante el caso presentado donde un joven portorriqueño sin recursos ha presuntamente asesinado a su padre, se inician con una presunción de culpabilidad, y no de inocencia. Solo un hombre tiene reparos en condenar de forma expeditiva al joven y, en un movimiento de caída de fichas de dominó, el grupo llega progresivamente a un consenso al desengranar la carga de prejuicio, suposición y desconfianza que lastra cada hecho inicialmente condenatorio. El recelo al inmigrante y la fiabilidad de procesos teóricamente objetivos como son los judiciales, los cuales sufren de racismo y clasicismo endémicos, son cuestiones centrales en este filme y de plena vigencia hoy en día, a pesar de que trasfondos de los años 50 como el Macartismo (con su sistema de enjuiciamiento durante la caza de brujas basado en la acusación y presunción de culpabilidad), así como el movimiento de lucha por las libertades civiles, no los tenga uno en mente cuando ve la película hoy en día.

Remakes no solo pueden basarse en la semejanza, también en la diferencia dentro de la repetición. A lo largo de décadas, “12 hombres sin piedad” ha sido adaptada al teatro en multitud de países y épocas, así como cinematográficamente en Francia, Japón y Rusia, por ejemplo. El ejemplo ruso, con “12”, es una fantástica muestra de infidelidad textual y de cómo homenaje, pastiche y multiplicidad de historias pueden resultar en un filme imprescindible y con identidad propia.

Escribiendo sobre remakes, el teórico Michael Brashinsky afirma que “el artista postmoderno no tiene otra manera de analizar la realidad salvo la utilización de un intérprete de otra cultura […]. El remake se mantiene como el medio metacultural que tiene que cruzar fronteras, temporales o espaciales, para realizar conexiones”. Es lógico que el contexto sociocultural condicione la relectura y adaptación de una obra, y como afirma un personaje de “12”, “ésta es una historia muy rusa.” El proceso de recontextualización en manos de Nikita Mikhalkov abre la puerta a la idea de historia e historias en todas sus facetas, es decir, la historia personal de cada personaje y la historia colectiva de Rusia. A la vez mantiene los principios sobre los que se sustenta el filme de Lumet, unos pilares originariamente estadounidenses tanto formales como éticos: el papel del individuo dentro de la colectividad, la interferencia de prejuicios personales y el estado moral de una nación que juzga despreocupadamente a un inmigrante bajo una forma de corrupción. “12” utiliza el armazón argumental de “12 hombres sin piedad” para encerrar en una habitación a un reflejo de la sociedad rusa y explorar así sus contradicciones e historia, empleando las consecuencias del largo conflicto ruso-checheno representado en un joven checheno que apenas habla ruso, acusado de asesinar al militar ruso que lo adoptó tras la muerte de sus padres. El simbolismo de este escenario de adopción marcada por la violencia ya es suficiente para abrir un abanico de lecturas entre líneas, y escenas de la infancia bélica del acusado, a diferencia de la versión de Lumet, dejan de presentarle como un actor pasivo en este drama y se convierte en un miembro activo. “12” se lee a través del filme de Lumet pero simultáneamente a través de otros textos, como periodísticos e históricos. Es interesante notar que ambas películas no carecen de sus propios sesgos, como puede ser el papel de la mujer.

En su adaptación, “12” rompe las reglas de su fuente y deja entrar la macrohistoria rusa en su metraje, así como da espacio para que cada personaje pueda contar una variedad de historias personales que funcionan a modo de parábolas. Como si fuera un texto de Salman Rushdie, “12” es una explosión de relatos, una reivindicación de la multiplicidad de historias que se pueden encontrar contenidas en una sola habitación y de cómo se interrelacionan entre ellas para crear un tejido propio, historias que, en última instancia, condenarán o absolverán al joven checheno.

Sin embargo, “12” no es un filme puramente postmoderno. Tal y como escribe Linda Hutcheon en “Las políticas del postmodernismo”, “la reapropiación de representaciones existentes [..] y el ponerlas en nuevos e irónicos contextos es una forma típica de […] crítica postmodernista”. “12” carece de la ironía postmodernista tan criticada y sobreutilizada vacuamente durante años, y se acerca a la ‘nueva sinceridad’ que busca contrarrestar la tendencia de la ironía como método sin dejar de asumir la herencia de muchas prácticas y discursos del postmodernismo.

“12 hombres sin piedad” de Lumet, un remake, y “12” una readaptación, problematizan la idea de la originalidad y ofrecen un contraargumento ante la esterilidad muchas veces expuesta por la cultura de la repetición. Son dos magníficas películas que han bebido directamente una fuente fílmica, pero cuyo resultado es cautivante. Reescritura, recontextualización, reinterpretación demuestran que la cultura de hoy es un polisistema interrelacionado, donde estos dos filmes dejan de ser elementos aislados y entran a formar parte de la cosmología de historias, enriqueciéndose mutuamente gracias a su repetición.

 

12 hombres sin piedad” (1957), por ejemplo, se puede encontrar dentro de la suscripción de filmin, movistar+ y alquilar en iTunes.

12” (2007), entre otras plataformas, se puede alquilar en filmin y rakuten.

 

Ficha técnica de “12 hombres sin piedad”:

Director: Sidney Lumet.

Intérpretes: Henry Fonda, Lee J. Cobb, Martin Balsamy y E.G. Marshall.

Año: 1957.

Duración: 96 min.

Idioma original: Inglés.

Trailer de “12 hombres sin piedad” en V.O.:

 

Ficha técnica de “12”:

Director: Nikita Mikhalkov.

Intérpretes: Sergey Makovetskiy, Sergey Garmash, Apti Magamaev y Nikita Mikhalkov.

Año: 2007.

Duración: 159 min.

Idioma original: Ruso y checheno.

Trailer de “12”:

 

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