Recordando a Oriol Solé

Recordando a Oriol Solé

Nota previa de Salvador López Arnal

 

Oriol Solé Sugranyes (1948-1976), inicialmente miembro del PSUC-PCE, fue posteriormente militante del MIL (Movimiento Ibérico de Liberación-Grupos Autónomos de Combate).

En septiembre de 1973 fue detenido junto a Josep Lluís Pons Llovet tras atracar una sucursal de una entidad financiera en Bellver. No saldría de prisión hasta abril de 1976, cuando participó en la evasión de la cárcel de Segovia junto a un grupo de militantes de ETA. Al día siguiente de la fuga, el 6 de abril de 1976, cayó muerto por un tiro de la Guardia Civil en las afueras de Burguete (Navarra), cuando trataba de llegar a la frontera francesa.

Oriol Solé está enterrado en el cementerio de Bor (Lérida).

 

 

***

 

A Oriol Solé en el recuerdo

 

Era una tarde de julio de 1976, gris, nubosa, como otras tantas tardes en la Cerdanya. Y pese a ello luminosa, con la luz que desprenden los verdes de los prados cruzados con los verdes de los árboles y los verdes de las plantas. Pienso en ti mientras recorro en bicicleta los pocos quilómetros que separan Bellver del cruce que lleva a… Y recuerdo. Debió ser el otoño de 1965 cuando te conocí, seguramente a través de Madiona. Tú eras entonces un estudiante de bachillerato zanquilargo, pleno de ilusiones y proyectos para cada día, que cruzabas rápido el patio de la Facultad de Letras[1], rápido, sin aire de conspirador, como se cruzaba entonces cuando se venía de fuera a ver a los amigos políticos. Siempre proyectos: los barcos norteamericanos de la sexta flota, los marines que deambulaban por las Ramblas quizás olvidando los crímenes de Vietnam[2]. Hacer algo contra el imperialismo, pero algo grande; algo que dejara la huella de la insumisión de un pueblo, de ese pueblo invencible que nos explicaban que éramos. Y si no se podía hundir un portaviones, al menos organizar una asamblea libre de bachilleres o ayudar a los estudiantes universitarios que por entonces se autoorganizaban. Actuar; esa era la palabra de cada hora: solo, con amigos, con compañeros, con masas. El número importaba poco. Te veo ahora, en el piso de tus padres, en la calle Mallorca, mientras despachamos una botella de vino y hacíamos planes para el curso universitario del 66. Y luego, en marzo, en la asamblea constituyente del SDEUB[3] en los capuchinos de Sarrià. Tú eras de los más jóvenes, de los pocos –¿dos, tres?– estudiantes de bachillerato que convivieron con nosotros aquel par de días de cerco. También allí inventabas espectaculares fugas, mezclando realidades e ilusiones. Desgraciadamente el muro que nos separaba de la calle era demasiado alto, demasiado sólido, demasiado copado por las fuerzas del desorden de entonces. El muro. El del convento y el que nos separaba de la libertad en España. Lo fuimos descubriendo poco a poco, lentamente, como saliendo del ensueño de aquellos largos días de manifestaciones, asambleas y repartos de papeles. Aquel año nos marcaría a todos: a unos imponiéndoles la dura roca de las relaciones tradicionales de producción como un obstáculo insalvable sin grandes rodeos; no por gusto, sí por necesidad. Pues no éramos todavía suficientes. A otros, como a ti, exacerbando la imaginación para ganar tiempo, romper los puentes de un hachazo, saltar al otro lado con urgencias, desesperados. Dicen que fue una locura. Tal vez. Pero allí estaba también Ernesto Guevara[4], combatiente, escapando de la muerte una y otra vez mientras la prensa dominante inventaba semana tras semana la noticia de su fin; allí estaba, sí, el Che tal vez oculto entre los montes luchando contra las dictaduras latinoamericanas. Y los estudiantes rojos de París, de Berlín, de Milán, de Berkeley alzando nuevamente la bandera de la libertad, haciendo frente durante días y días a los policías del imperialismo. No, no era, pues, mera ilusión; la lucha de clases renacía en Europa y se agudizaba en el Tercer Mundo. Vietnam resistía, daba ejemplo y hacía retroceder al enemigo. ¿Por qué no seguir en camino, por qué no quemar etapas, por qué no iba a bastar la voluntad revolucionaria, la chispa que produce el incendio en la pradera?

Y, sin embargo, no bastaba. Hoy lo sabemos. No te volví a ver hasta otro otoño: el del 68, precisamente. Mayo en París, agosto en Praga[5], lo habían cambiado casi todo desde aquel otro otoño del 66. Ya no estábamos en las últimas filas –o tal vez sí–, pero entonces, como ahora, las pequeñas diferencias se hacían bosques. Era en Entenza, en la cárcel Modelo[6]. Cuando yo entré tú estabas ya; cuando salí, seguías preso. Ya no era fácil hablar del presente y, sin embargo, hablábamos. La dura roca seguía ahí, delante de nosotros, delante de tantos y tantos, y resistía. Resistía los rodeos y resistía también los ataques frontales. Ernesto Guevara había muerto asesinado por manos que formó el imperialismo en saber antiguerrillero. París, Praga, Bolivia. Tres derrotas solo paliadas por el empuje vietnamita. Empezaban años de escepticismo, de análisis o de desesperación. Tú ya habías elegido por aquel entonces la desesperación del guerrillero imposible, alternando la cárcel con la acción armada. No sé muy bien cómo maduró luego tu pensamiento. Sólo las cosas, detalles pequeños, insignificantes, que he oído de labios de amigos comunes. Unos difíciles de creer, otros inaceptables para mi manera de ver la situación española. Pero, en realidad, todo acababa de forma muy distinta a como habíamos imaginado, tú, vosotros, yo, nosotros. Aquel estado de cosas combatido no ha caído ni por la resolución de la voluntad de los pocos decididos a hacer de [ilegible, tal vez: reformadores], ni tampoco por el rodeo que acaba poniendo cerco a la fortaleza. En buena medida seguimos donde estábamos: entre la desesperación y el equilibrio buscando el cambio revolucionario. Ahora sé muy bien cómo pensabas en los que iban a ser los últimos años de tu vida.

 

Texto manuscrito no fechado del Archivo FFB (Universitat Pompeu Fabra. Biblioteca/CRAI de la Ciutadella)

Transcripción de Mercedes Iglesias Serrano y Salvador López Arnal.

Notas:
[1] De la Universidad de Barcelona, en la Plaza Universidad, donde también estudió el autor.
[2] La guerra del pueblo vietnamita contra el imperio estadounidense finalizó el 30 de abril de 1975: Se calcula que murieron entre 966.000 y 3.010.000 vietnamitas. Estados Unidos contabilizó 58.159 bajas y más de 1.700 desaparecidos.
[3] Véase Francisco Fernández Buey, Por una Universidad democrática, Vilassar de Dalt: El Viejo Topo, 2009.
[4] Fue asesinado el 9 de octubre de 1967. Véase Ernesto Che Guevara, Escritos revolucionarios, Madrid: Los libros de la Catarata, 1999 (edición de Francisco Fernández Buey).
[5] Invasión de Checoslovaquia (entonces un estado unido de checos y eslovacos) por las tropas del Pacto de Varsovia (con la oposición de Rumanía) dirigidas por la Unión Soviética.
[6] De Barcelona.

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