Todos los que conocieron la gran y generosa alma de Rosa Luxemburg protestarán enérgicamente contra la página de recuerdos publicada por la ciudadana Luise Kautsky (número 36 del Freiheit, 20 de enero de 1919), sobre la mujer asesinada, titulada “En memoria de Rosa Luxemburg”. Encuentro repugnante plantear una discusión sobre una mujer muerta, al borde de una tumba que aún está abierta. Sin embargo, la verdad y la amistad me obligan a protestar contra ciertas declaraciones de Luise Kautsky. Los numerosos enemigos de Rosa Luxemburg han caricaturizado su personalidad de forma tan vívida, y siento que es mi deber no sólo con los muertos, sino también con los vivos, evitar que esta caricatura se haga aún más fea y grosera por los rasgos añadidos por ciertos “amigos”. Luise Kautsky dice la verdad cuando dice, basándose en el espíritu militante de Rosa Luxemburg, que “no perdonó a sus más viejos y mejores amigos”. Pero como amiga inteligente de la difunta, la ciudadana Luise Kautsky debería haber notado otras cosas también: debería haber dicho con cuánta paciencia, infatigable y llena de miramientos, luchó Rosa Luxemburg por el espíritu, por el alma, de sus más viejos amigos antes de luchar contra ellos. Cuán grande fue su dolor cuando se vio obligada a dirigir las armas contra uno de sus antiguos aliados, cuán amarga fue su decepción cuando la persistencia del antiguo amigo en la lucha, cuando su uso de ciertas armas, le mostró que no estaba a la altura del nivel moral y humano en el que ella lo había situado. Sí, ciertamente, Rosa Luxemburg no había perdonado ni siquiera a su más viejo amigo, cuando, con toda honestidad de juicio, creyó ver en él a un adversario que perjudicaba a la lucha de clases proletaria. Para ella, la causa siempre estuvo por encima del hombre. Cuando creyó que era su deber luchar contra su más antiguo amigo, utilizó todas las armas a su disposición: las grandes piezas de su ciencia profunda y su maduro pensamiento filosófico, los golpes seguros de la brillante dialéctica, el elegante papel de la ironía, el ingenio y la burla. Sin embargo, nunca usó armas indignas. Fundamentalmente, Rosa Luxemburg era de naturaleza noble, incapaz de pagar a sus detractores con la misma moneda y recurrir a medios viles incluso cuando éstos abusaban de ellos contra ella. Por lo tanto, Luise Kautsky no tiene razón cuando define la actitud militante de Rosa Luxemburg en los siguientes términos: “Lamentablemente, ella actuó en tales casos como Lenin, a quien admiraba, y quien un día, convocado ante el tribunal del partido por calumniar a un camarada, dijo: ‘contra un oponente político, especialmente si pertenece a nuestro campo (socialista), hay que luchar con armas envenenadas incluso cuando se trata de levantar las peores sospechas contra él’.” Dudo mucho, por cierto, que estas palabras puedan servir para caracterizar al gran líder bolchevique. Sé, por la historia del movimiento ruso, y también por experiencia personal, que el camarada Lenin es un oponente tenaz y formidable. Pero nunca he visto la calumnia como una de sus armas. Por lo tanto, antes de reconocer la fuerza de tal argumento, uno debe darse cuenta bajo qué circunstancias y en relación con qué se habrían pronunciado las palabras citadas. En mi opinión, Luise Kautsky debería haberse abstenido en su página de recuerdos de dejar para el final el campo puramente personal y pasar al campo político para indicar un cambio inexplicable en las ideas y la actitud de Rosa Luxemburg. Aprecio plenamente y con simpatía todo lo que Luise Kautsky aspira a hacer por el socialismo en su entorno y de acuerdo con su naturaleza. No le reprocho de ninguna manera que tenga ideas propias sobre los acontecimientos en el campo del socialismo internacional. Pero no es menos cierto que en la lucha por el socialismo se limita a compartir los sentimientos de los demás sin participar ella misma en el movimiento de manera activa y personal. Por esta razón, a pesar de sus esfuerzos por ser imparcial, no sabe cómo emitir un juicio justo e independiente de las personas y las cosas. Las observa desde la perspectiva de su entorno, como una mujer que entiende la lucha del marido y la sigue con simpatía, pero sin encontrarse en la refriega. Rosa Luxemburg, por el contrario, siempre estaba donde las balas silbaban más, y observaba las cosas desde la cima de la torre que ella misma había construido. No es de extrañar, pues, que una de ellas se tomara todo el trabajo de llegar a una concepción histórica bien meditada de la revolución rusa, mientras que la otra, segura de sí misma y con la sentencia ya preparada, se erigiese en juez de la “herejía bolchevique sobre la que una clara inteligencia quedó extrañamente cegada… hasta el punto que Rosa quiso repetir en Alemania los experimentos abortados de los rusos”. Me gusta dejar intacto este juicio abrumador sobre la revolución rusa, con la certeza de que “los experimentos abortados de los rusos” continuarán su trabajo creativo en la historia, cuando ni a las propias ratas ya no les importe lo que los socialistas pedantes hayan escrito sobre ellas. La actitud de Rosa Luxemburg hacia la revolución rusa en noviembre y la república de los sóviets fue firme y clara. No debe ser juzgada por las palabras pronunciadas en tal o cual ocasión sobre personas o acontecimientos, por las palabras que escapan a la influencia de las cosas y del momento para personas impresionables con sensibilidades finamente diferenciadas. Rosa Luxemburg apreciaba el bolchevismo, para usar el nombre abreviado de este “espantapájaros de los burgueses” en su totalidad; reconocía su gran valor histórico, y criticaba los detalles de la acción bolchevique cuando le parecían que merecían la crítica. Su sentido político y su tacto personal, sin embargo, le dictaron una conducta contraria a la de Luise Kautsky, conducta que obedeció a su necesidad de coherencia en la acción política. Rosa Luxemburg no recordaba viejas rencillas y juicios del pasado[1] en el mismo momento en que los soplones y secuaces de Ebert y Noske le pisaban los talones a Radek. En el limitado marco de esta nota no deseo entrar en detalles con Louise Kautsky sobre los “métodos bolcheviques” que Rosa “aprobó y, por desgracia, incluso estaba empezando a poner en práctica”. Baste decir que estos métodos difícilmente se corresponden con el cuadro dibujado en la pared por el líder del ala derecha del Partido Socialista Independiente[2] en aras de una política vacilante y tímida; un cuadro que no difiere sustancialmente del espantapájaros no muy diferente de “bolcheviques” y “espartaquistas” esgrimido por los socialistas del gobierno. Pero dejemos los “métodos bolcheviques” en paz. Usar estas palabras comunes para explicar el sofocamiento de la revuelta de enero en Berlín es demostrar falta de juicio. Tanto como decir que la Comuna de París cayó por haber anticipado la herejía y los métodos bolcheviques. Rosa Luxemburg no tomó prestadas sus tácticas militantes de la revolución rusa. Más bien las extrajo de su profundo y luminoso estudio del movimiento internacional. En interés de la causa alemana, basó su táctica en la situación de Alemania, pero no en la situación en un período de desarrollo lento, sino en el momento tormentoso y la revolución que hemos estado experimentando desde el advenimiento y desarrollo del imperialismo. Mi amiga Luise Kautsky no debería enojarse conmigo si digo lo que pienso. Fue la amiga agradecida de Rosa Luxemburg quien comenzó la página de recuerdos y la esposa de Karl Kautsky quien la terminó. Rosa Luxemburg habría sido la última en culparla. Consciente de su propia libertad de espíritu, Rosa Luxemburg perdonaba cualquier dependencia del alma en los demás. Pero no será Luise Kautsky quien, con un aire de condescendencia de juez, pronuncie la última palabra sobre la “ceguera” y los “métodos bolcheviques” de Rosa Luxemburg. La última palabra la pronunciará la historia. Y todos nosotros, que estamos orgullosos de haber sido compañeros de armas de Rosa Luxemburg, esperamos en silencio el juicio de la historia.
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