El trampolín de la historia

Xi Jinping

Cuando se ignora lo que está por venir, se pueden encontrar respuestas en los acontecimientos del pasado, dice una máxima china. La historia ha sido siempre una variable sustancial en la política del Imperio del Centro. Sus líderes otorgan una especial relevancia a su estudio y a menudo la tienen muy presente en sus decisiones y planes de futuro. Y, a la inversa, si desde Occidente aspiramos a desentrañar con suficiencia los vericuetos de sus ambiciones y anticipar su proceder, bien haríamos en profundizar igualmente en algunas etapas de su pasado (por ejemplo, el periodo de los Reinos Combatientes) que hoy en Beijing sirven de marco de referencia para trazar algunas estrategias de poder.

Por otra parte, si alguna envergadura tiene el largo proceso de modernización que protagoniza China es, sin duda, la histórica. Esa es la clave determinante del empeño tanto por fortalecer su desarrollo y capacidad nacionales como por recuperar su protagonismo global, y a ella se supedita cualquier otra magnitud. Si para lograr eso que Xi Jinping llama “la revitalización de la nación china” hubiera que operar acusados giros en lo ideológico, político, económico o social, sin duda, se haría, porque todo ello se antoja instrumental frente al imponderable valor de la dimensión histórica.

El presidente Xi ha recurrido a ese alto simbolismo de la historia en el argot político chino para asegurar su postulación a un tercer mandato como líder en el XX Congreso que el Partido Comunista debe celebrar el próximo otoño. Sus más directos antecesores, Jiang Zemin y Hu Jintao, aquilataron transiciones de poder ordenadas atendiendo a las reglas sucesorias instituidas por Deng Xiaoping. De consumarse finalmente la quiebra, Xi no solo pulverizaría la regla del límite de dos mandatos, ya abolido constitucionalmente en 2018, sino también la regla de edad, al superar la frontera de los 68 años en 2022. Evitando pasar el testigo, el líder chino asume de facto una cuota de autoridad que a ojos de los historiadores y teóricos del Partido le convierte en una figura excepcional, lo que explica que algún alto funcionario no dudara en calificarle ya de “timonel”, titulo reservado hasta ahora en exclusiva para Mao.

El allanamiento de ese proceso, venciendo toda resistencia posible (que al parecer, si hubo), ha adquirido la oportuna forma de una resolución sobre los cien años de historia del Partido Comunista, un documento que se une a otros similares promovidos por Mao Zedong y Deng Xiaoping, en coyunturas decisivas del pasado siglo. Ha sido este el mecanismo elegido para explicitar una vez más el contundente fortalecimiento de su poder personal, en primer lugar, reiterándose su condición de “núcleo” del Partido, pero también canonizando el discurso apadrinado por un xiísmo que encuentra en el “siglo de humillaciones” que arranca de los tratados desiguales del siglo XIX, el catalizador de un dilema crucial para la subsistencia de su identidad civilizatoria. El recurso histórico se convierte así en el trampolín idóneo para orquestar la elevación del status político de Xi a la par que estipular su visión del pasado y del futuro del Partido y de la propia China.

La presentación de esa historia compartida entre el PCCh y la propia China en la era moderna se sustenta en la doble idea de ósmosis y continuidad, destacándose lo inevitable de su regreso al epicentro de la escena global en tanto en cuanto sea el Partido quien lidere un proceso presentado como coherente y en el que, sin duda, pesarán más los aciertos que las taras. El triplete se completa con la absolutización del liderazgo de Xi, establecido como garantía para transitar esta etapa de mayor complejidad. El predominio y prestigio político de Xi y la afirmación del Partido como vertebrador del país van de la mano de la reescritura de la historia.

Ese recurso sirve también para enjuagar las hipotéticas discrepancias internas. Aunque ideológicamente existan divergencias respecto a aspectos clave de la política llevada a cabo por China en los últimos lustros, el patriotismo y la lealtad certifican el blindaje. Esto le brinda también ingentes capacidades para influir en el organigrama de la dirección política del país, donde aun debe lidiar con las huestes de otros líderes, que intentarán en el año que resta para el XX Congreso mantener sus cuotas de poder intactas. No obstante, la evolución del equilibrio de poder es favorable a Xi.

Las cotas de seguridad política, uno de los bienes más preciados en la China actual, alcanzadas por Xi Jinping, no tienen parangón. La canonización de su pensamiento, el xiísmo, establecido como guía teórica orientadora de la China del siglo XXI, le provee de una posición rectora cuando la ideología recupera protagonismo para reafirmar el rumbo de una modernización sin occidentalización.

Sin embargo, esa exitosa gestión de los hilos de la política interna puede verse empañada por los tiempos difíciles que esperan en otros ámbitos, desde la economía a las tensiones exteriores, lejos ambas de haber digerido los temores suscitados por un ascenso poco proclive a concesiones.

Publicado en el Observatorio de la Política China.

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