Los fundamentalismos. Incremento y amenazas

Incremento de los funamentalismos

El incremento de los fundamentalismos es uno de los desafíos más importantes que tendremos en un próximo futuro. El enfrentamiento entre culturas y religiones, la vinculación entre fundamentalismos religiosos y fundamentalismos militares y económicos, las amenazas del terrorismo, el crecimiento de la ultraderecha tanto en Europa como en Estados Unidos, la relación con la xenofobia, el racismo… son la expresión de una sociedad insegura, que tiene miedo al otro y está en las antípodas de la voluntad de construir la convivencia fundamentada sobre el diálogo, la tolerancia y la paz.

El aumento de las inseguridades aumenta la necesidad de encontrar instancias seguras, líderes carismáticos que obliguen a obedecer y ahorren la necesidad de pensar, dogmas inconmovibles sobre las verdades de siempre, grupos monolíticos etc. Todo ello como un hierro candente al que agarrarse y sublimar el sentimiento de fracaso individual o colectivo, que nos permita superar la imagen negativa que tenemos de nosotros mismos, que alimente el sentimiento de identidad y nos dé la fuerza necesaria para enderezarnos y sentirnos algo. Y esto tanto en lo relativo a la dimensión personal como para tantos grupos (étnicos, religiosos, culturales, económicos) sobre los que pesan estereotipos negativos o que se han encontrado desplazados del progreso de la historia.

La religión ofrece todos los elementos para ser este techo donde cobijarse. El fundamentalismo religioso es ante todo una reacción defensiva ante la modernidad, una expresión de miedo ante las grandes transformaciones de la modernidad. En el mundo pre-moderno la religión daba sentido al vivir de cada día, a las inquietudes, al dolor, en definitiva perspectiva de «salvación». Eran explicaciones que no «explicaban», pero ofrecían esperanza a las inquietudes y a las dudas. Es lo que criticaron Nietzsche y Marx. La modernidad ha destruido aquellas explicaciones y las ha sustituido por las pretendidas explicaciones de la ciencia y la razón, que ni «explican» ni dan sentido. El «logos» ha destruido el «mythos». Pero una sociedad en la que los relatos colectivos no cuentan, es difícilmente soportable y cohesionable.

El fundamentalista, además, tiene «miedo a pensar» por sí mismo. La obediencia ciega y repetitiva al superior, al jefe, al partido, a Dios, sustituye la libertad y el amor. Es una de las características de las sectas. La sumisión sustituye la autonomía que permite el diálogo, el descubrimiento del otro, del diferente. Y si la religión es diálogo, amor creativo -el amor que crea y que se sorprende por la libertad-, la religión del fundamentalista es el suicidio de la religión, es la «religión» de la pretendida superioridad, del anti-amor, contraria a todas las religiones.

Tiene miedo de ser aniquilado por los cambios científico-técnicos y necesita fortalecer su identidad en peligro por medio de los dogmas y buscando verdades en el origen de la tradición, volviendo a los textos fundantes interpretados literalmente, sin adaptaciones a las circunstancias actuales, sin interpretaciones que lo puedan desfigurar. Se trata de una guerra cósmica entre el bien y el mal. Esto es lo que representó Jomeini para el mundo musulmán moderno.

Pero no sólo la religión. El fundamentalismo es la pervivencia del sentimiento de trascendencia, implícito en el hecho religioso, dando «sentido trascendente» a otras dimensiones de la vida. Por más que se hable de desacralización, desmitificación o desencanto del mundo, ni la retórica liberal ni el discurso crítico han podido desacralizar la vida o eliminar lo que, según la antropología, da sentido a la persona más allá de lo inmediato. Desacralizado el estado teocrático, el poder no tardó en resacralizarse en muchas otras dimensiones de la vida -la política, el sentimiento étnico de pertenencia y el nacionalismo, el integrismo científico como dogma de progreso y taumaturgo de salvación, la competencia en el deporte como mecanismo efímero de creación de identidades- aunque ninguna de estas otras dimensiones puede sustituir plenamente lo que ofrecía la religión.

El fundamentalista tiene también miedo al otro, al diferente. Él es el poseedor de la única verdad y en consecuencia está siempre en un continuo conflicto con las otras «verdades» de su alrededor. Y necesita controlar, hacer desaparecer la verdad del diferente e, incluso en un extremo, hacer desaparecer físicamente al diferente, de cualquier clase de «diferente». Esta es la triste historia de tantas guerras de religión, de antes y de ahora, desde las cruzadas en la inquisición y lo que hoy alimenta los colectivos que se sienten heridos y se expresan a través de los «Hermanos Musulmanes”, Estado Islámico, y el que alimenta el racismo, la xenofobia, los fascismos y tantas otras formas de resentimiento y venganza.

Apostamos por una sociedad laica y en diálogo como fundamento de la paz, en la que la verdad no proviene tanto de la razón como de los hechos, que trata de ponerse en la mente y en la piel del otro, que no condena, que acoge.

Texto publicado originalmente en catalán en el blog Cristianisme Segle XXI

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