El PSOE ha traicionado a la izquierda

¿A qué “género literario” pertenece El Capital de Marx?

Madrileño, aunque residente en Catalunya desde toda la vida. Tuvo un importante protagonismo en la vida universitaria catalana de los años 60. Dirigente del PSUC durante muchos años, abandonó éste en 1970. Actualmente alienta el grupo de intelectuales que edita la revista «Mientras Tanto». Mantiene, además, un vivo interés por los movimientos alternativos, especialmente el pacifismo y el antimilitarismo. Es un traductor y experto en los clásicos marxistas.

 

Dice Manuel Sacristán:

«…Perdona que hable como un viejo, pero es que lo soy, y he de recurrir al recuerdo».

 Tiene este filósofo algo que no se sabe si es ventaja o desventaja: a primera vista se adivinaría que es un veterano profesor. Cuando se le escucha hablar, es imposible «sólo oír» hablar a Manuel Sacristán. Se adivina aún su combatividad, su profundo desencanto por cosas que le han dolido profundamente en el campo de la política y la enseñanza. Tiene el aspecto, quizá, de un hombre externamente triste. Pero tras sus enormes gafas bifocales se ven aún sus claros ojos, con muchos trienios de escrutar páginas, inquietos y expresivos.

Esta es la entrevista con un hombre que dentro de la ciencia y la enseñanza, y también dentro de la política, tiene un carácter de auténtica leyenda.

Como filósofo, como científico en suma, ¿cuál es su análisis de la sociedad española de ahora mismo?

—Es muy difícil contestar a una pregunta tan radical y tan global. Desde mi punto de vista, no hay ninguna duda, para una persona de mi trayectoria y de mis convicciones, el rasgo definitivo de la situación es el hundimiento de la izquierda. Debo decir, aunque pueda parecer petulante, que yo lo vi. Yo había sido miembro del Comité Central del PSUC desde, más o menos, 1958; miembro del Comité Ejecutivo durante diez años y también del Comité Central del PCE. En el verano de 1970 hubo un plenario muy importante y que no olvidaré nunca. Fue cuando decidí que yo no podía seguir trabajando y entonces dije claramente que se iba al hundimiento, a la desaparición.

Por lo que hace al PCE —que es lo que más me duele—, una política como la que llevaba no tenía más salida real que la fusión con el PSOE. Yo no estaba de acuerdo con ella, pero era lo único real. Y esto incluso lo dijo Santiago Carrillo en una entrevista a Oriana Fallaci, algunos años después. Yo no estaba allí para eso, pero de todas formas eso hubiera sido una política. Pero lo que se ha hecho no ha sido nada, ni eso, ni nada. Todo esto visto muy subjetivamente desde el rincón que yo tenía como militante comunista. Lo más doloroso de todo fue el hundimiento completo del PCE. Como político, yo no soy demasiado listo, y no lo digo por petulancia, lo digo por desahogo. Porque eso ha dolido mucho y ese es el daño fundamental, el hundimiento del PCE es la base de todo. El hundimiento de toda la izquierda.

La política del PCE y del PSUC, en la época de la clandestinidad…, bueno, mejor dicho, esa falta de política produjo situaciones asombrosas, como que un dirigente se ufanase en un informe a la dirección en París de que se estaba cargando la organización de enseñanza del PSUC. Debió parecerle que éramos demasiado revolucionarios o demasiado izquierdistas. Toda esa época está cuajada de faltas de inteligencia política, de autenticidad.

 

Historias de la clandestinidad

—Teniendo el PCE una organización importantísima en la clandestinidad, ¿cómo se pudo perder después en la democracia?

—Sobre esto se puede empezar a trazar círculos concéntricos. La primera onda es constatar que durante la clandestinidad sobrestimamos la educación de clase de los trabajadores. Teníamos motivos para engañarnos. Por ejemplo, en 1964-65 estuvieron aquí los dirigentes del PCI, los que luego formaron «II Manifesto», Rosana Rossanda, entre otros. A esta gente les mostramos muy poca cosa de la organización. Y lo poco que vieron dijeron que era más de lo que tenían ellos en Italia bajo Mussolini.

Teníamos motivos para creer que íbamos a ser una fuerza muy importante y eso era una creencia equivocada. Se ha visto que la población española estaba bastante más dominada ideológicamente por los cuarenta años de dictadura de lo que creíamos. No lo vimos. Si a eso se une que la relación de la dirección del Partido con los intelectuales fue un desastre… No se puede inventar un procedimiento mejor para quedarse sin intelectuales que lo que hizo la dirección. Hay que tener en cuenta que aún en 1966-68 el núcleo de intelectuales del PSUC —por limitarme a Catalunya, que es lo que más conozco— era el más fuerte de Catalunya. Había casi una hegemonía. Se había deslizado un comunista intelectual en cualquier publicación, digo uno por lo menos, porque en muchos sitios había más. De eso se pasó a una carencia completa.

Había que decir que tampoco hay una presencia comunista en los nuevos movimientos, que son algo muy importante, muy confuso, pero importante. La falta de pensamiento político es evidente. Ahora mismo se está constituyendo el Partido Verde y ya cuenta con una escisión, ya para empezar, y con la convicción de muchos grupos ecologistas de que ese partido no se debía haber fundado todavía, de que es precipitada y obra de oportunismos.

Yo sé que la mitad del movimiento ecologista piensa de esta manera. Por lo tanto, es un nacimiento que con toda probabilidad será un aborto.

Desde el punto de vista sociológico -que no es mi campo específico- es visible una completa supeditación de vida económica española a la norteamericana y esto va a tener seguramente consecuencias de bastante gravedad.

 

La traición del PSOE

— ¿Cuál es su visión de la trayectoria del PSOE, antes y después de subir al poder? 

—Se podría decir que este es el otro aspecto del hundimiento de la izquierda: la traición del PSOE. Pero es que el que se asombre de esto es que no ha leído nunca Historia. El partido socialdemócrata está para eso, para impedir la ascensión de los trabajadores. Su misión en la transición fue la de impedir la recuperación del Partido Comunista. A mí, la verdad, no me sorprende nada. Desde el encubrimiento del asesinato de Rosa Luxemburgo han hecho siempre lo mismo. En el plano particular, los que estábamos en la lucha antifranquista sabíamos muy bien que los que hoy son personajes destacados del PSOE, cuando logramos destruir el SEU y Franco se inventó aquello de las Asociaciones Profesionales de Estudiantes, para evitar el sindicato democrático que estábamos creando, estos personajes votaron a favor de la APE de Franco. No se trata sólo de historia europea, nosotros conocíamos a esa gente, así pues, no ha sido ninguna sorpresa. Ellos recibieron el mandato de frenar la salida adelante del PCE y, desgraciadamente, lo consiguieron.

— ¿Qué particularidades políticas y sociales diferencian hoy a la sociedad catalana de la española?

—A mí me parece que los nacionalismos ibéricos están más vivos que nunca, los tres. Paradójicamente, el menos vivo es el español. Por eso no he dicho los cuatro. Lo digo en el sentido de que en el caso español los nacionalistas son de derechas, incluida mucha gente del PSOE, pero de derechas de verdad. En cambio, en los otros tres nacionalismos, por razones obvias, por siglos de opresión política y opresión física, el nacionalismo no es estrictamente de derechas, sino que hay también nacionalismo de izquierdas, como dice el mismo nombre de una formación política catalana (se refiere a Nacionalistes d’Esquerra). A mí me parece que la vitalidad de los tres nacionalismos no españoles de la Península es tanta, que aunque pueda parecer tópico yo no creo que se clarifique nunca mientras no haya un auténtico ejercicio de derecho a la autodeterminación. Mientras eso no ocurra, no habrá claridad ni aquí, ni en Euskadi, ni en Galicia.

Sólo el paso por ese requisito aparentemente utópico de la autodeterminación plena, radical, con derecho a la separación y a la formación de Estado, nos dará una situación limpia y buena. Ya se trate de un Estado federal o de cuatro Estados. Todas las técnicas políticas y jurídicas que se quieran aplicar para hacer algo que no sea eso no darán nunca un resultado satisfactorio. Eso siempre será una justificación para el mayor mal que sufre España, que es tener un Ejército político como el que tenemos.

 

Treinta años de Universidad

— ¿Existe hoy en los cuerpos sociales de la sociedad española una desmotivación y desmovilización del individuo?

—Yo me lo temo mucho, si he de juzgar por mi modesta experiencia directa, que es la Universidad, esta Facultad. Aunque mi experiencia universitaria no es continua. Empecé como profesor en 1953, me eliminaron en 1965, en un breve rectorado democrático con Estapé, en 1972, me volvieron a contratar y me volvieron a echar a finales de 1973 porque cambió el rector y vino un tipo muy fascista. Ya no volví hasta la muerte de Franco. Es una experiencia con lagunas, pero creo que puedo hacer un análisis de mi experiencia en la Universidad de Barcelona.

Estamos en el momento de mayor atonía política que he conocido en estos treinta y tantos años. Incluido todo el franquismo.

—En la época de la transición, desde la muerte de Franco al 1980, ¿hubo más movimiento?

—Sí. Hubo gran animación. Bastante entusiasmo. Una cosa que a mí me duele particularmente, hubo un desarrollo muy importante de CC.OO. de la Enseñanza en las Facultades. Teníamos asambleas y reuniones para formar el sindicato, para las que sin hacer ningún esfuerzo movilizador acudían una media de trescientas personas. Hoy día no hay vida sindical en la Universidad.

—¿Cuál es la esperanza para la sociedad española, la alternativa desde su punto de vista, en el campo de la política y el pensamiento?

—No lo sé. Yo veo la situación muy negra. Mi punto de vista es de izquierda social. Desde aquí no veo que nos recuperemos a corto plazo. No lo veo. Ni en el Partido Comunista, ni en los demás de izquierda, ni veo que los movimientos alternativos cuajen todavía. El sindicalismo, que es algo muy importante, tampoco parece estar progresando. CC.OO. y UGT están más o menos paralizadas en sus cifras de afiliación; CNT, igual, y en unas cifras muy pobres para este país; CNT, pobrísimas. Yo, sinceramente, creo que la esperanza es… aguantar. No veo que haya otra alternativa que aguantar y hacer propaganda de izquierda comunista.

Es indignante, es una vergüenza, que en medio de una crisis económica del capitalismo como pocas. De una brutalidad gigantesca, resulta que la hegemonía ideológica es capitalista, en medio del desastre en que vivimos.

Que millones y millones de parados sean compatibles con una hegemonía eufórica de la ideología capitalista. Esto es… sublevante.

Entrevista realizada por Carlos Piera y publicada en Mundo Obrero el 28 de febrero de 1985.

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