El mito de la manzana

el mito de la manzana

Hacia el final de su vida, Newton contó la anécdota de la manzana unas cuatro veces, aunque solo llegó a ser bien conocida a lo largo del siglo XIX (y, por cierto, la noción de que la manzana le cayó en la cabeza fue un aderezo posterior introducido por Isaac D’Israeli, el padre del primer ministro del Reino Unido Benjamin Disraeli a comienzos del siglo XIX). El relato completo lo contó su amigo William Stukeley (1687-1765), anticuario y experto en Stonehenge, recordando una conversación que tuvo lugar en su propio jardín. Escribe Stukeley que Newton había estado recordando unos hechos ocurridos sesenta años antes, cuando siendo un estudiante había huido de un Cambridge asolado por la peste para refugiarse en la casa donde había nacido, en Woolsthorpe, un pequeño pueblo del condado de Lincolnshire. Mientras estaba sentado en su huerto, “la noción de gravitación… se la sugirió la caída de una manzana mientras él estaba sentado en actitud contemplativa. ¿Por qué tenían que caer siempre las manzanas perpendicularmente al suelo?, pensó para sí. ¿Por qué no podían caer hacia un lado o hacia arriba, y tenían que dirigirse sistemáticamente hacia el centro de la Tierra? Seguramente, la razón es que la Tierra las atrae… que hay una fuerza, como la que aquí llamamos gravedad, que se extiende por todo el universo.»

Los contemporáneos de Newton que tenían conocimiento de la historia reaccionaban seguramente de manera diferente a como reacciona la gente hoy. Para empezar, la Biblia era tan importante en sus vidas que inmediatamente habrían pensado en la Caída del Hombre en el Jardín del Edén, cuando la serpiente convence a Eva para que tiente a Adán con una fruta del prohibido Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Esta fruta fue identificada como una manzana, probablemente debido a que las palabras latinas para decir “mal” y “manzano” (malum y malus) son muy similares. Las pinturas medievales y renacentistas en las que aparece el niño Jesús a menudo le muestran sosteniendo una manzana para simbolizar que él es un segundo Adán que redimirá a la humanidad pecadora, caída. Para sus seguidores, Newton se convirtió en el nuevo Adán que desveló las leyes matemáticas divinas de la naturaleza.

Por otro lado, desde un punto de vista moderno, la idea de que la Luna y una manzana están sujetas a las mismas leyes parece obvia. Pero durante los siglos XVI y XVII muchas personas todavía tenían una concepción aristotélica del universo, con su claro contraste entre la perfección eterna de los cielos y el incontrolable caos de la esfera terrestre (véase el Mito #3). Las opiniones ya habían empezado a cambiar, pero todavía transcurriría un siglo y medio antes de que surgiese una teoría satisfactoria que diese cuenta de todas las observaciones. Se hicieron descubrimientos importantes por parte de hombres como Nicolás Copérnico (1473-1543), que en 1543 sugirió que el Sol, y no la Tierra, estaba en el centro del universo, y Johannes Kepler (1571-1630), que en 1619 había formulado sus tres leyes matemáticas describiendo las órbitas elípticas de los planetas. Desarrollando las investigaciones de estos, y las de otros muchos predecesores, Newton unificó el cosmos en una sola unidad coherente postulando la existencia de una fuerza de gravedad que operaba en la Tierra y que se extendía también por las regiones celestiales.

La súbita inspiración de Newton debajo del manzano es el equivalente intelectual de una aparición divina, similar a la conversión instantánea del apóstol Pablo desde el escepticismo a la fe en el camino a Damasco. De acuerdo con sus ideales filosóficos, los científicos proceden metódicamente, como hacía el propio Newton, acumulando pacientemente pruebas y verificando despiadadamente hipótesis. El cuento de la manzana contradice esta visión ideológica, y alberga en cambio la esperanza de que años de minuciosa investigación pueden verse cortocircuitados por un deslumbrante momento de inspiración. A mediados del siglo XIX, el nuevo Museo Universitario de Oxford instaló una estatua de Newton vestido con ropa de colegial y contemplando una manzana, como si hubiese nacido siendo ya un genio que en un destello de inspiración había descubierto una puerta de acceso inmediato a las verdades de la naturaleza. Encargada por el crítico de arte y mecenas John Ruskin (1819-1900), este estereotipo de la genialidad innata minimiza implícitamente el papel de la investigación sistemática (véase también el Mito #25).

Este acontecimiento supuestamente trascendente no tuvo ningún impacto inmediato. Fuese cual fuese la idea que tuvo Newton al contemplar la caída de una manzana, pasarían otros veinte años antes de que publicase su teoría de la gravedad. Durante ese tiempo, trabajó en diversos proyectos –incluida la alquimia (véase el Mito #4) y la óptica–, pero volvió a la astronomía matemática tras observar el inesperado resplandor provocado por el paso de varios cometas por el cielo. Aunque comprobó y modificó repetidamente sus teorías y experimentos, la Física podría haber continuado tal como estaba si un joven y atemorizado colega de Newton llamado Edmund Halley (1656-1742) no le hubiese dado prisa para que finalizase su obra maestra. Ni siquiera cuando fueron finalmente publicados en 1687, los Principia no revolucionaron inmediatamente el conocimiento. Newton era un estudioso con tendencia a recluirse y no estaba especialmente interesado en hacer accesibles sus ideas físicas, algunas de las cuales solo fueron gradualmente aceptadas décadas más tarde.

No fue hasta comienzos del siglo XIX que la historia se hizo pública y Newton empezó a ser considerado como un genio científico. Durante el siglo XVIII el atributo de Newton era un pequeño cometa que simbolizaba que, al introducir la predicción precisa, había puesto orden en el universo y desplazado a los astrólogos como expertos de los cielos. La manzana representada en una breve biografía francesa de 1821 enfureció a los partidarios de Newton porque en ella se decía que había sufrido un ataque de locura, una desgracia impensable para un gran héroe británico. Pese a esta poco prometedora introducción, la manzana se hizo rápidamente popular, y las objeciones según las cuales esta historia socavaba la insistencia de los victorianos en el trabajo duro y paciente fueron pronto ignoradas. Durante las primeras décadas del siglo XIX se idealizó mucho la historia. Debido a su relevancia alegórica, se establecieron varios mitos, como el de la araña tejiendo repetidamente su tela que supuestamente inspiró a Robert Bruce (1274-1329) a levantarse frente a los invasores ingleses. Entre las otras anécdotas newtonianas recién acuñadas destacan la desastrosa ocasión en que su perro Diamond volcó una vela encendida sobre un valioso cuadro, y una cita preparada durante la cual el distraído profesor apisonó su pipa con el dedo de una posible novia. La anécdota de la manzana fue la única que sobrevivió como mito.

 

Fuente: Epígrafe del Mito 6, escrito por Patricia Fara,  correspondiente a la primera parte del libro editado por Ronald L. Numbers La manzana de Newton y otros mitos acerca de la ciencia.

Libros relacionados: