
LA IZQUIERDA POSMODERNA Y LA DESCONEXIÓN CON LOS TRABAJADORES
Por Oriol Sabata
Actualmente, la izquierda ha perdido la conexión con la clase trabajadora. No estamos ante un fenómeno reciente, sino ante el resultado de un largo proceso donde confluyen elementos culturales e ideológicos y que tiene sus raíces en la segunda mitad del siglo XX.
Durante este recorrido, la izquierda, históricamente defensora de la causa proletaria, ha terminado abrazando el posmodernismo ideológico y se ha convertido en algo absolutamente sistémico. La semilla que ha dado lugar a semejante deriva podemos encontrarla en la Escuela de Frankfurt, y sus primeros frutos pudieron observarse en el Mayo del 68.
Desde mediados del siglo XX, pensadores de la Escuela de Frankfurt, como Herbert Marcuse o Theodor Adorno, introdujeron una teoría crítica que desplazó el foco de las estructuras económicas hacia las superestructuras culturales. Precisamente es a partir de Mayo del 68 que las luchas materiales comenzaron a diluirse frente a nuevas banderas culturales y subjetivas.
Hasta ese momento, la izquierda se definía por su compromiso con la mejora de las condiciones materiales de los trabajadores, como los salarios dignos, la reducción de la jornada laboral, los derechos sindicales o la lucha contra la explotación capitalista. Sin embargo, esta nueva teoría abogaba por la emancipación individual y defendía un espíritu de rebeldía cultural y hedonista.
A partir de entonces, esa izquierda materialista comenzó a derrumbarse como un castillo de naipes. La militancia de clase, centrada en la organización colectiva y la transformación de la sociedad, fue cediendo terreno a un abanico de activismos fragmentados: ecologismo, feminismo, derechos LGTBI o luchas raciales, entre otros. Unas causas que arrinconaron a las necesidades inmediatas de la clase trabajadora, como el desempleo, la precariedad laboral, la desindustrialización o el acceso a la vivienda.
La izquierda, atrapada en esta dinámica, ha abandonado el lenguaje y las prioridades de los trabajadores, reemplazándolos por un discurso abstracto y academicista más propio de las élites urbanas que de los barrios obreros.
UNA IZQUIERDA SISTÉMICA Y OPORTUNISTA
El resultado de este viaje ha sido la mutación hacia una izquierda sistémica y sin vocación transformadora alguna. Si antes la política era una herramienta para cambiar las estructuras sociales y económicas, ahora se ha convertido en un fin en sí mismo.
La nueva izquierda posmoderna se ha convertido en un nido de oportunistas que hablan de todo tipo de opresiones identitarias excepto de la opresión estructural: la de clase.
En palabras del filósofo Michel Clouscard, estamos frente a una nueva izquierda que ha abrazado el ‘capitalismo de la seducción’, una ideología que promueve el hedonismo y el consumo transgresor como formas de ‘liberación individual’, mientras oculta la opresión de clase bajo una fachada de progresismo.
Mientras tanto, los trabajadores, que hacen frente a jornadas laborales extenuantes, contratos basura y alquileres inasequibles, no se ven representados en esta nueva izquierda que vive alejada de su realidad cotidiana. Unas organizaciones posmodernas que se han centrado en cuestiones simbólicas o en agendas que no resuelven los problemas materiales de la clase obrera.
EL ASCENSO DE LA DERECHA POPULISTA
En medio de este abandono, una nueva derecha de carácter populista ha salido a flote, dispuesta a ocupar este vacío apelando a las frustraciones de los trabajadores y ofreciendo soluciones aparentemente sencillas pero engañosas. Una derecha que lanza un discurso de oposición a las élites globalistas y que no para de ganar terreno en los barrios obreros, bastiones históricos de la izquierda. Una derecha tramposa que, sin reconocerlo abiertamente, propone un retorno al capitalismo nacional dominado por la burguesía patria. Es decir, la misma explotación pero con ‘sello soberano’.
¿HACIA DÓNDE IR?
Hoy la izquierda enfrenta una encrucijada. O rompe con el posmodernismo y reconstruye una identidad de clase que priorice las necesidades reales de los trabajadores (empleo, vivienda, industria, servicios públicos), o seguirá cediendo espacio a una derecha populista que en realidad no defiende la causa obrera.
La alternativa pasa por situar la lucha de clases en el centro. Volver a las raíces. Rearmarnos ideológicamente. Proponer soluciones concretas a los problemas cotidianos de los trabajadores. Solo así será posible escapar de la deriva posmoderna y recuperar la confianza de la clase trabajadora.
Fuente: Nueva Revolución
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