Tras releer el artículo “Referéndum y/o desconexión”, de Jaime Pastor, publicado en Viento Sur y en TopoExpress, digital de la revista El Viejo Topo, queda uno estupefacto, con más dudas que certezas.
Es evidente que Pastor es una de las mentes que elaboran pensamiento y estrategia para el conglomerado Podemos y confluencias. En el entorno de amigos de Alternativa Ciudadana Progresista, donde existe una transversalidad de izquierdas desde la socialdemocracia hasta el anarquismo pasando por diferentes visiones marxistas, ha generado, el citado artículo, un rechazo manifiesto. Destacan los comentarios que me remite José F. Simón, uno de esos hombres sabios que ha ejercido la docencia durante más de cuatro décadas. Lo suyo es un comentario de texto que desarbola las pretensiones del articulista. Con su permiso hago uso de algunas de sus reflexiones, mezclándolas con las mías a la hora de analizar el artículo de Pastor.
Ya en el primer párrafo nos aclara las pretensiones de todo el artículo: que impedir el referéndum es, para el gobierno de Rajoy, evitar el coste de imagen internacional y para Pastor éste es un problema menor frente a magnitud de los medios que el gobierno está dispuesto a utilizar (todos los que estén a su alcance). Por supuesto, todo el razonamiento de Pastor parte de un meme simplista: votar es demócrata, impedirlo es totalitario. Perderse ahora a desmontar esta simpleza precisa de un largo desarrollo, ya realizado y que está previsto vea la luz, en breve, en una nueva revista, aparte de otros escritos ya históricos.
Para cargarse de razón, nos recuerda que “estamos en tiempos de despotismo oligárquico”. Como dice J.F. Simón, “lástima que se olvide de que las oligarquías de tipo económico que están detrás de ese nepotismo son las mismas en ambos lados del Ebro”.
Por otro lado, su llamada a dirimir conflictos de forma pacífica y democrática usando las urnas, contrasta con una posición acrítica ante la Generalitat, que no utiliza ese recurso para temas conflictivos socialmente y para los que sí tiene competencia, como es la imposición, en el sistema educativo catalán, de un monolingüismo identitario y asimilacionista.
Es aquello de que la postverdad va por barrios y que la corrupción del PP es inaceptable, mas parece pasar de puntillas por la que supuran quienes dirigen el procés que tanto ensalza. A la par, parece disculpar o minimizar las graves políticas antisociales de la derechona catalana de JxSi (PDeCat + ERC) bendecidas con el voto de la CUP a los últimos presupuestos catalanes. Es lo peligroso de llevar conjuntamente lo nacional y lo social; esto último acaba sacrificándose en el altar de la sacrosanta nación.
Pretende Pastor minimizar el problema de la posible secesión de Cataluña. Digo yo que las sentencias recientes de los tribunales constitucionales alemanes e italianos sobre su integridad territorial, son obsesiones tan antidemocráticas, o democráticas, como la de los españoles. Tampoco estaría de más que se leyera lo que ha dicho la Comisión de Venecia, demandada por su compañero de filas Coscubiela, sobre la legitimidad para convocar referéndums. Claro que, como siempre que se recurre a instancias superiores, se las tiene en cuenta siempre que nos den la razón ¿no? Al menos los procesistas son expertos en recurrir al Constitucional y reclamar la ejecución de sus sentencias solo cuando les interesa, y desobedecerlas cuando no.
Por otro lado, echo en falta en todo el artículo de J. Pastor un análisis sobre los intereses de las clases populares en este contexto. No parece preocuparle la situación, en caso de que se llevara a efecto la secesión de Cataluña, de debilidad a la que quedaría sometida esa nueva clase obrera seccionada de su natural pertenencia, labrada desde finales del siglo XIX en una sola lucha emancipatoria. Sin olvidar la misma clase obrera española minorizada y debilitada. No parece entender, como ya advertía Hobsbawm, que en caso de secesión se producirá una radicalización nacionalista y conservadora a ambos lados del Ebro.
Las mentiras
Que J. Pastor sea tan poco riguroso al decir que “la mayoría de la sociedad catalana” está enfrentada al gobierno de España, le descalifica como analista. Repetir memes nacionalistas, o como él dice postverdades, como que el 80% de los catalanes están por el “derecho a decidir”, o que todo este movimiento lo desencadena la sentencia del Tribunal Constitucional, o calificar el 9N de 2014 –en el que pudo votar libremente quien quiso, ¡doy fe! Yo vivo aquí, fue un domingo tranquilo y soleado sin presencia policial en las calles– como “suficiente demostración de la voluntad democrática”, quiere hacernos olvidar que en dicho referéndum solo votó el 37% del electorado ¿Dónde está el 80%? Y también parece ignorar que en el referéndum del estatut no llegaron a votar ni la mitad del censo ¿La voluntat d’un poble? ¿Dónde?
A la par, parece querer soslayar que la mayoría parlamentaria de la que disfruta el nacional-secesionismo se da gracias a un sistema electoral tramposo y que tanto gusta a los del procés: el español.
Preocupan a Pastor y a Puigdemont mucho los medios que el Estado de derecho –independiente de que hay muchas cosas torcidas– pueda utilizar para evitar la secesión. Digo yo que lo mismos que el presidente de Bolivia usa frente a la insolidaria oligarquía cruceña. Otra cosa es la doble vara de medir a hora de analizar situaciones tan parecidas. Hay parodias que desnudan la realidad y las contradicciones.
Trasladar el acuerdo partidario del Pacte Nacional pel Referéndum a su equivalente social y convertirlo en mayoritario es otro de los malabares propios del nacionalismo, que controla los medios de comunicación catalanes, y de los comuns a los que aquí Pastor pretende representar. La realidad es que, según las encuestas del CIS (Barómetro de marzo de 2017), tan solo el 23,3% de los votantes de En Comú Podem están a favor de lo que denominaríamos “derecho a decidir”. Yo en mis análisis les concedí, magnánimamente, el 100%, que sumado a los votos al independentismo (PDeCat + ERC + CUP) no superan en ningún caso el 44% del censo. Y eso, en las elecciones más paradigmáticas del separatismo: el 27S de 2015.
Somos muchos aquellos a los que, como a mí, no nos gusta que el PP esté en el gobierno. Pero no solo porque sea corrupto, que también, sino porque las políticas que lleva adelante son lesivas para las clases trabajadoras de este país; y, en ésas, su gran aliado es JxSi en el gobierno de la Generalitat. Ambas, organizaciones corruptas y con corrupciones muy entrelazadas. El PP pretende tapar su corrupción mediante el control de la fiscalía y otras obstrucciones en el Parlamento. El pujolismo y sus herederos mediante un órdago al Estado: nada como una independencia que les exoneraría y amnistiaría por los servicios prestados.
Esta claro que desde dentro de Cataluña no podemos quedarnos indiferentes ante unos escenarios que nos plantea J. Pastor tan tenebrosos. Dar la desconexión como una situación de facto e irreversible, incluso aunque fracase el secesionismo, es abonar una idea insolidaria para Cataluña y de penuria para las clases populares. Autodefinir como única salida mesiánica, no sabemos para quién, el apoyo de Pablo Iglesias a un referéndum unilateral, no parece que ayude a resolver nada: en todo caso a complicarlo.
Pretender la hegemonía a partir de trocear España es la derrota intelectual de la izquierda, es no haber entendido nada, es revisar la Transición sin hacer autocrítica, es ir de modernos anclados en el “candado del 78”. Pastor llega a decir que la “unidad de España” es el ADN del régimen; claro, dicha definición –régimen– solo vale si gobierna el PP. Es decir: el problema es la existencia de España, no el injusto sistema de redistribución de la renta y la propiedad, no las desigualdades sociales, no la existencia de oligarquías locales y transnacionales. Cuando la izquierda renuncia a la lucha por la igualdad, y alimenta la lucha por la identidad, se está desnaturalizando.
Mientras la izquierda, es posible que me repita, no recupere un proyecto para España y más allá, seguirá hundiendo las posibilidades para ser hegemónica, siquiera cultural y éticamente. Podemos y sus confluencias cabalgaron la ola del tsunami; éste se está retirando. Hacer performances entretiene un tiempo; hacer política es otra cosa.
Artículo publicado originalmente en Crónica Popular
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