Ha sido un ataque auto contenido con efectos simbólicos y políticos más que militares. Es la señal más evidente que las tan aireadas armas químicas no son otra cosa que mera propaganda en un momento en el que la mentira se convierte, como siempre, en un instrumento de guerra. El mundo de las fake news, de los ciberataques, de las “guerras por los relatos” nos dice que los servicios secretos en sus relaciones privilegiadas con los medios de comunicación, con los poderes económicos, están otra vez al mando. La normalidad nos consume. Cuando se inicia un conflicto entre grandes potencias para redefinir el poder entre ellas, emerge el “otro” Estado, el oculto, el paralegal, el no sujeto a ley y con licencia para fabricar casos, situaciones, conflictos, guerras, con licencia para matar.
Lo que está ocurriendo desde hace varios años no es otra cosa que lo que se conoce como la “trampa de Tucídides”. El conocido autor de Las guerras del Peloponeso nos relata un conflicto tan viejo como el mundo: una potencia –Esparta- se siente desafiada y en peligro de perder su hegemonía por otra potencia –Atenas- . La lucha por la supremacía marcó una época de conflictos, guerras y muertes. En la actualidad estamos viviendo esta trampa en dimensiones colosales: una gran potencia –EEUU– siente su hegemonía en peligro ante la emergencia de otra –China– que cuestiona su supremacía y el orden económico y militar instaurado por ella. Lo que se está gestando es una gran transición geopolítica: el paso de un mundo unipolar a otro multipolar que traslada el eje hacia oriente. El cambio es enorme desde el punto de vista histórico porque pone fin a la larga hegemonía de occidente y sus valores en el mundo. Emerge, dos siglos después, la gran potencia China y con ella eclosiona un continente de viejas y nuevas civilizaciones que tiene a la India como su elemento más característico. El mundo está cambiando de base y el gran problema es saber qué papel tendrá la violencia y la guerra en la transición a un mundo multipolar.
Donald Trump saca músculo y pone más distancia de Putin. Macron intenta que Francia no pierda pie en un mundo que cambia aceleradamente y Theresa May, es una vieja historia, intenta ganar peso en una Gran Bretaña post brexit. La paradoja es brutal. En el viejo mundo del G7, del G20, las potencias europeas gozaban del privilegio que da el poder; ahora que están todas juntas en la Unión Europea, aparecen siempre subalternas a la gran potencia norteamericana y, cuando quieren actuar, lo hacen al margen de la UE y, hasta cierto punto, de la OTAN. Esta la situación es la que mejor expresa lo que es la UE, una unión de Estados que se agrupan tras los EEUU y que son incapaces de definir una Europa como sujeto político autónomo capaz de tener un proyecto propio y unas alianzas adecuadas a sus propios intereses, es decir, se construye una Europa no europea.
Lo que viene lo tenemos ya delante de nuestros ojos: carrera armamentista, renovación de los arsenales nucleares y convencionales, la utilización masiva de las nuevas tecnologías al servicio de la industria bélica, la producción de nuevas doctrinas y estrategias militares en el marco de un conflicto creciente entre las grandes potencias, por ahora, a través de países interpuestos. El ataque a Siria, su aspecto simbólico-político, tiene mucho que ver con lo que podríamos llamar la “fase post globalización”. La guerra comercial desatada por los EEUU es parte de una estrategia global que pretende obtener ventajas de la hegemonía presente, usarla contra la potencia emergente y reestructurar sobre nuevas bases la “pax americana”. Con la llegada de John Bolton como asesor de seguridad de Trump parece que, provisionalmente, decanta la política exterior norteamericana hacia al “realismo ofensivo” que teorizó a principios de siglo John Mearsheimer.
Si el ataque ha sido escueto y más propagandístico que otra cosa, ¿por qué se produce? A mi juicio, tiene mucho que ver con la situación geopolítica en el Oriente Próximo. Del conflicto sirio emergen como probables vencedores tres grandes actores: Irán, Rusia y Hezbolá, siempre bajo la atenta mirada y el poder suave de China. EEUU, Gran Bretaña y Francia no pueden consentir que esta zona crucial del mundo sea reorganizada por potencias rivales e intentan intervenir para ser parte de la solución del conflicto. Todo esto tiene mucho que ver con las consecuencias colaterales de guerras y conflictos iniciados – y casi todos perdidos- por EEUU en esa parte del mundo.
Recientemente, India y Pakistán acaban de ingresar en el Órgano de Cooperación de Shangai e Irán se apresta a convertirse en miembro de pleno derecho del mismo. La idea de fondo que China intenta concretar es que el imperio americano es una máquina de crear problemas, un aliado poco fiable y sin capacidad para propiciar una salida a los conflictos en la que todas las partes se sientan ganadoras. En esta zona se intenta la “pax China”. Los movimientos contradictorios de la casa Saud y de Turquía, nos dicen que un determinado “orden” se está terminando y que surge el “desorden creador”. En el centro de todas las batallas, Israel, siempre más actor interno en la política norteamericana que aliado fiel.
Para concluir, estamos ya plenamente en una larga transición. Los conflictos políticos, político militares y comerciales se agudizarán. Todo ello, en medio de una crisis ecológico-social del planeta de grandes dimensiones. Un nudo gordiano engarza contradictoriamente conflictos geopolíticos, escasez de recursos y confrontaciones culturales que expresan la decadencia de Occidente. El peligro de todos los peligros es que este nudo sea cortado por la infalible dureza y crueldad de la guerra.
Artículo publicado originalmente en Cuarto Poder