“Europa se ha convertido en un actor pasivo y sumiso con respecto a Estados Unidos” Parte II

“Europa se ha convertido en un actor pasivo y sumiso con respecto a Estados Unidos”
Perry Anderson es profesor, intelectual y erudito, y acaba de publicar American Foreign Policy and Its Thinkers (La política exterior de EE.UU. y sus intelectuales), una lúcida y coherente explicación de las raíces históricas y los pensadores que han moldeado la política exterior estadounidense. Este sábado hemos publicado la primera parte de la entrevista, y hoy hacemos lo propio con la segunda.

Un repaso a cómo se ha construido el imperialismo de Estados Unidos, a cuál es el papel de la Unión Europea y a cómo nacieron todas esas concepciones que hoy rigen nuestro día a día. Anderson tiene tiempo para analizar qué ha supuesto la nacional-democracia para el viejo continente, qué papel tiene hoy Cuba, qué implicó la guerra de Iraq o cómo se ha enfrentado (o no) Europa a Estados Unidos por el desastre ucraniano. Sin olvidarse de destacar las hipocresías y los teatros que rigen hoy la política global, tal y como demuestra la patética posición de la UE con respecto a Edward Snowden. Una visión única de un mundo complejo y cambiante que el profesor analiza y contextualiza como nadie.

Viene del artículo anterior: EEUU y la construcción de un imperio. Parte I

 Patrick L. Smith: Hablemos de la socialdemocracia. ¿Fue la socialdemocracia y su expansión por Europa occidental el verdadero enemigo de Washington durante la Guerra Fría?

 Perry Anderson: No estoy de acuerdo, al menos en lo que a Europa respecta. Si miramos el período en su conjunto, desde 1945 hasta nuestro presente, vemos que es todo lo contrario: la socialdemocracia europea ha sido el mejor amigo que Washington haya podido tener en la región. La OTAN no fue una creación del Pentágono sino del secretario de política exterior británico, Ernest Bevin. Su primer ministro, Attlee, llegó a dividir a su propio gobierno cuando redujo a la mitad el presupuesto sanitario para así financiar la guerra americana en Corea. En Francia, tras la guerra, la represión más despiadada durante las manifestaciones obreras vino de la mano de Jules Moch, ministro del interior socialista.

El sueco Trygve Lie en la portada de Time

El sueco Trygve Lie en la portada de Time

Me viene a la mente también Trygve Lie, el socialdemócrata noruego que Washington puso al mando de las Naciones Unidas como primer secretario general (un insufrible colaborador del macartismo dentro de la ONU). Hablo del período en el que Irving Brown de la A.F.L. [sindicato norteamericano], en colaboración con los socialdemócratas locales, fue enviado a Europa por la CIA con el objetivo de dividir y corromper a los sindicatos de todo el continente. Todavía estaba activo en los años 70, durante la conspiración contra Allende. Y en cuanto a los años más recientes, ¿quién fue el mayor aliado de Bush en Europa durante la Guerra de Iraq? No fue un conservador; fue Blair, británico y socialdemócrata.

Por supuesto, hubo excepciones a este registro deprimente, pero fueron pocas y estuvieron muy espaciadas en el tiempo. Venían normalmente de países no involucrados en la Guerra Fría, y el detalle no es casual. En Suecia, Olof Palme fue un valiente rival contra la guerra estadounidense en Vietnam (por eso le detestaban los norteamericanos), y, en Austria, Bruno Kreisky defendió una orientación propia en cuanto a Oriente Medio, rechazando el apoyo incondicional de occidente a Israel. Esto hizo que los EEUU aún lo aborrecieran más. Así que el patrón dominante siempre ha sido la (cobarde) sumisión a Washington.

A veces me pregunto cuál habría sido el destino de Cuba si Washington hubiese recibido a Castro como es debido en 1960. ¿Podría haberse convertido él en un socialdemócrata?

 Lo descarto. Aunque sea sólo por un hecho: lo que distingue a la revolución cubana de la revolución china y de la revolución rusa de Lenin es su internacionalismo genuino. Cuba tenía que ser internacionalista por su tamaño. Siendo una isla tan pequeña y tan cerca de EEUU, necesitaba la solidaridad revolucionaria dentro de América Latina, y esa esperanza no era posible si el continente estaba poblado de dictadores designados por Estados Unidos. Así que, incluso si Eisenhower o Kennedy hubieran desplegado una alfombra roja ante Fidel, ésta no habría podido superar el conflicto relacionado con todos esos regímenes latinoamericanos apoyados por Estados Unidos. Los cubanos nunca habrían dicho, “si nos tratas bien a nosotros, puedes hacer lo que quieras dónde quieras”. Piense en este hecho: enviaron tropas a Angola [en 1975], dónde no tenían conexión territorial alguna, para salvar al país de una invasión sudafricana respaldada por Estados Unidos.

¿Ve usted alguna inflexión en el desarrollo de la política exterior de Estados Unidos?

Barack Obama y Franklin Roosevelt

Barack Obama y Franklin Roosevelt

Hay una continuidad subyacente en el imperium de EE.UU. que se extiende desde Roosevelt hasta Obama. Pero uno puede distinguir fases sucesivas en ese abanico. Tenemos el período que va desde Truman a Kennedy (el punto más álgido de la Guerra Fría). Luego viene Nixon, el único presidente americano con una mente original en materia exterior. Era inteligente, porque era muy cínico, y no se desconcertó por la enorme maquinaria retórica que siempre rodeaba la ‘misión’ de Estados Unidos en el mundo. Fue más implacable, pero también innovador en su manera de hacer las cosas. Nadie le puede negar que aprovechara la ruptura chino-soviética, por ejemplo.

La siguiente fase sería la que va de Carter a Bush, pasando por Reagan. Se trata de una época en la que vuelven las formas características de principios de la Guerra Fría. La cuarta y última sería la de Clinton, Bush (hijo) y Obama: una época que podríamos denominar de intervención humanitaria.

Volviendo a Europa, a menudo me siento decepcionado (y no creo que sea el único) con la vacilación europea para actuar contra la supremacía estadounidense. ¿Es esa una expectativa poco realista?

 Europa se ha convertido en un actor paciente (una palabra incluso mejor sería sumiso) con respecto a Estados Unidos. Después de 1945, Europa estaba en una posición mucho más débil que EEUU, mucho más que ahora. Pero piense en tres políticos europeos –de Francia, Alemania e Inglaterra– durante los primeros quince años posteriores a la Segunda Guerra Mundial: De Gaulle, Adenauer, Eden. Los tres estaban preparados para desafiar a Estados Unidos de una forma única que no se ha repetido con ninguna otra figura posterior.

De Gaulle, Eden, Adenauer… fueron líderes que se educaron en un mundo distinto. Sus sucesores, en cambio, han crecido bajo la superioridad norteamericana y la dan por sentada. Para ellos es antinatural ir en contra de esa concepción.

El primer ministro británico Sir Anthony Eden (izquierda) y su homólogo francés Guy Mollet, en una conferencia de prensa, el aeropuerto de Londres, 3 de marzo de 1956.

El primer ministro británico Sir Anthony Eden (izquierda) y su homólogo francés Guy Mollet, en una conferencia de prensa, el aeropuerto de Londres, 3 de marzo de 1956.

Eden lanzó la expedición de Suez contra Nasser [a finales de 1956] sin informar a Washington. Los americanos entraron en cólera, y Eisenhower estaba enfadadísimo, ya que temía que avivara el populismo antiimperialista por toda África y Asia. Así que EE.UU. terminó con la expedición de forma abrupta jugando con la libra esterlina, y Eden cayó. Pero hubo una secuela. El Primer Ministro francés era en aquel momento Guy Mollet, socialista y muy cómplice de Eden en su ataque a Egipto (él mismo tenía una historia similar en Argelia). Cuando apareció la idea del mercado común poco después de la debacle de Suez, Mollet soportó en Francia una oposición muy fuerte. Algo similar ocurrió en Alemania. Adenauer, muy interesado en establecer vínculos comerciales con Francia, le dio a Mollet una razón de peso para el mercado común. “Mira qué pasó en Suez”, le dijo. “Ninguno de nuestros países es lo suficientemente fuerte como para oponerse en solitario a EE.UU. Unamos nuestros recursos y podremos hacerlo”.

Adenauer era leal a occidente (así como un devoto anticomunista) pero para él Alemania pasaba por encima de América. Lo mismo pasaba con De Gaulle, quien sacó Francia del mando militar de la OTAN y desafió a EE.UU. con bastante éxito.

Desde entonces, no ha habido nadie como ellos. Si nos preguntamos por qué, la respuesta sería decir que toda esa gente fue formada antes de las dos guerras mundiales, en un período en el que los principales estados europeos tenían el mismo peso y poder que Estados Unidos en la escena internacional. No crecieron en un mundo en el que la hegemonía de los norteamericanos se daba por sentada. De Gaulle tuvo muchos motivos durante la Segunda Guerra Mundial para desconfiar de Estados Unidos. No olvidemos que Roosevelt era partidario del gobierno de Vichy, y siempre quiso destituirlo como líder la Francia Libre.

Podríamos añadir, de forma incidental, un par de políticos más contemporáneos que lucharon en la Segunda Guerra Mundial. Uno fue el primer ministro Edward Heath, el único gobernante británico de posguerra que nunca hizo el viaje de cortesía a la Casa Blanca, ese que te obligaba a sonreír en el césped de la inmensa casa presidencial. Algo que se convertía rápidamente en una recepción para pagar tributo, una ceremonia virtual de investidura para todo nuevo gobernante de cualquier rincón del mundo. El otro fue Helmut Schmidt, veterano de la Operación Barbarroja [la invasión nazi de la URSS en junio de 1941] y que nunca ocultó su desdén hacia Carter. Estos fueron los últimos. Sus sucesores han crecido bajo la superioridad norteamericana y la dan por sentada. Vivimos en el mundo la era de Estados Unidos. Para ellos es antinatural ir contra esa concepción.

Usted describe una diferencia generacional en cuando a sensibilidades. ¿Qué pasa en la Unión Europea?

 Si, el declive generacional supone un gran cambio, pero hay otro muy importante: en qué ha convertido la UE. Sobre el papel, ésta es mucho más poderosa que cualquier país individual. Pero hasta ahora, y sobre todo en lo que a política exterior se refiere, está institucionalmente paralizada por el gran número de estados que la conforman (originalmente eran seis, hoy son veintiocho), y por el laberinto de sus acuerdos. Ninguno de ellos tiene plena y decisiva autonomía. Se malgasta una cantidad de tiempo absolutamente asombrosa en cumbres interminables que se celebran a puerta cerrada, en agendas preparadas por burócratas, inmersos en el miedo a mostrar desacuerdo ante la opinión pública… Ninguna forma de gobierno seria puede salir de todo esto.

Durante la cuenta atrás para la guerra de Iraq, hubo manifestaciones en las calles de varios países europeos. Dominique Strauss-Kahn lo describió como una Declaración de Independencia Europea. Schröder [Gerhard, el canciller alemán entre 1998-2005] anunció que Alemania no podía aceptar la guerra, y Chirac [Jacques, el presidente francés entre 1995-2007] bloqueó la resolución de las Naciones Unidas que la respaldaba. ¿Fueron estos gestos audaces y atrevidos actos de independencia estatal? Nada más lejos de la realidad. La misión diplomática francesa enviada a EE.UU. le dijo a Bush con antelación: “Ya tienes una resolución de las Naciones Unidas que dice que Sadam debe cumplir con las inspecciones, algo que ya es lo suficientemente vago. No nos avergüences intentando conseguir otra resolución aún más específica a la que tendremos que oponernos. Utiliza esta, y entra en el país”. Pronto se acusaría a Chirac de haber abierto el espacio aéreo francés para que EE.UU. pudiera operar en Iraq. ¿Se imagina a De Gaulle ayudando dócilmente en una guerra a la que ya había dicho que se oponía?

En cuanto a Schröder, pronto se reveló que los agentes de inteligencia alemanes en Bagdad habían señalado objetivos en tierra. Todos estos políticos fueron los que sabían que la guerra era muy impopular entre la opinión pública, pero en vez de atacar el problema y enfrentarse, organizaron un espectáculo oponiéndose a ella, sin dejar de colaborar por detrás. Su independencia era, en realidad, una comedia.

Angela Merkel y Barack Obama durante el encuentro posterior a la revelción de Edward Snowden

Angela Merkel y Barack Obama durante el encuentro posterior a la revelción de Edward Snowden

Eso fue hace doce años… ¿Cuál es la posición hoy?

La revelación de Edward Snowden sobre las ilegalidades del gobierno de Obama descubrió que no solo se estaba espiando a ciudadanos americanos y europeos, sino que también se estaban interviniendo las comunicaciones de Merkel, Hollande y otros grandes nombres de la solidaridad atlántica. ¿Y cómo han reaccionado estos líderes? Con una sonrisa embarazosa antes del siguiente caluroso abrazo con el líder del mundo libre. ¿Ha habido algún país europeo que se haya planteado tan siquiera dar asilo a Edward Snowden? Ni uno. También se hizo público que bajo la presidencia de Merkel se espió a ciudadanos alemanes, pero su información se recopilaba y se pasaba a la CIA. Así, lo que vemos es que los alemanes, en vez de oponerse, han incrementado su implicación en el espionaje. No habrá consecuencias a tales revelaciones. Excepto para aquellos que las revelan.

Edward Snowden reveló que la administración Obama estaba interviniendo las comunicaciones de Merkel, Hollande… ¿Cómo han reaccionado estos líderes? Con una sonrisa embarazosa antes del siguiente caluroso abrazo con el líder del mundo libre. ¿Ha habido algún país europeo que se haya planteado tan siquiera dar asilo a Edward Snowden? Ni uno.

Pongamos la crisis de Ucrania en este contexto. En definitiva, es lo que me ha llevado a preguntarle por la pasividad europea en las relaciones transatlánticas. Me parece que los europeos están furiosos con Washington por dar alas a Kiev para que se enfrentara con Rusia (un enfrentamiento manifiestamente peligroso). La hostilidad ha sido evidente desde el infame comentario de Victoria Nuland «Que le jodan a la UE», justo antes del golpe de estado del año pasado. Y ahora vemos que Merkel y Hollande están (más o menos) presionando a EE.UU. para que haya una solución negociada. O, como mínimo, eso es lo que nos hacen ver de cara a la galería. ¿Cuál es su punto de vista en esta lista?

 ¿Por qué Washington objetó los intentos europeos para llegar a un punto muerto en Ucrania, siempre que las sanciones en Rusia permanecieran en su lugar? Berlín y París no van a desafiarlo. Cualquier acuerdo real está, ahora mismo, fuera de todo alcance. La Unión Europea, como tal, poco importa. Su reacción actualmente es muy clara: ofrecer la otra mejilla.

Patrick L. Smith entrevista al profesor e intelectual Perry Anderson.

Si te han interesado las dos primeras partes de la entrevista que el periodista de Salon PATRICK L. SMITH hizo a Perry Anderson, no te pierdas mañana lunes la tercera y última entrega. Anderson habla de Rusia y de la Unión Europea desde una óptica muy particular.

Traducción de Anna Galdon