Antropología del teletrabajo. La era Covid-19.

Rosa M. Román

Antropología del teletrabajo
¿Solución de emergencia o panacea? Un concierto de cantos de sirena sitúan al teletrabajo como una gran opción de futuro. Pero, vista de cerca, esa forma de entender la relación laboral presenta más inconvenientes que virtudes.

La próxima e inminente nueva era de normativizada y regulada normalidad abre una etapa incierta en la que los protagonistas serán las nuevas formas de ordenamiento rebautizadas como teletrabajo y teleformación, con la implementación general de las nuevas tecnologías en nuestros hogares, que deberán reajustar su vida y su economía a la reciente situación. Se desconoce si el retorno a la lejana normalidad presencial será una realidad completa o parcial, y persiste la incógnita de saber si vendrá cargada de un proceso virtual sin precedentes. 

En el ámbito educativo, la implantación en España del teletrabajo formativo o teleformación a distancia desde mediados del siglo XX, resultó ser una ventaja para aquellos sectores poblacionales en desventaja que no podían acudir a centros académicos –por carencias económicas o causas sobrevenidas– de modo presencial. La Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) fue la pionera en implementar un eficiente sistema de educación superior, que otorgaba títulos de igual rango universitario que el concedido en las universidades presenciales. Le siguieron la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR) o la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA), etc., beneficiando a grupos de individuos con diferentes tipos de “brechas” –carencias y tribulaciones de índole económica o de salud, y de aislamiento geográfico–. Ahora bien, el nuevo sistema mixto de formación que se contempla hoy, basado en una educación remota y apoyada por una avanzada tecnología, se enfrenta al modelo tradicional de enseñanza presencial, siempre que los “imprevistos epidemiológicos” no se opongan. Desde el Ministerio de Educación afirman que “la educación presencial es insustituible”. Es posible que este sistema mixto de formación sea eficaz en la enseñanza superior de postgrado, auspiciado por el refuerzo de unos soportes telemáticos y una innovadora robotización. Las voces que proclaman el impulso y el fomento de la educación a distancia alegan la eficacia de realizar una labor pedagógica y docente, teniendo como referente un modelo que proporciona casos de buenas prácticas en muchas universidades. Éstas cuentan con un reducido número de clases presenciales –un semestre articulado en unas 15-20 horas lectivas–, y el resto de la enseñanza aplican el modelo telemático, con el estudiante interactuando para realizar los ejercicios y los trabajos fijados por los docentes, optimizando el rendimiento académico con tutorías de pequeños grupos de estudiantes. 

La función de cohesión social que cumple el trabajo en equipo compite con el aislamiento al que conduce el teletrabajo.

La teoría de cualquier país desarrollado no encaja ni con la práctica ni con la realidad, pues las desventajas son incuestionables e incontables en la educación infantil, la educación primaria, la educación secundaria, o la formación profesional –en todas sus modalidades–, al escapar a ese modelo perfecto para algunos pero, realmente imperfecto, por utópico, para la mayoría, porque no disponen de la capacidad para costear ese nivel educativo debido al elevado desembolso económico que conlleva.  

Es cierto también que se ha producido una obligada implantación del teletrabajo en el terreno empresarial durante el confinamiento domiciliario, y que éste aporta alguna novedad en la ámbito de la organización al ofrecer ciertas ventajas a sus empleados, como pueden ser la flexibilidad de un horario –adaptado a las necesidades de cada individuo–, una reducción del tiempo empleado en desplazamientos, mayor libertad y menor gasto en vestuario, imagen, transportes, gimnasios, comidas diarias fuera del hogar, etc., y que permite a las empresas ahorrar costes de alquiler, luz, internet o calefacción, pero disminuye el gasto y el consumo entre la población, y entonces la economía se ralentiza y el país se empobrece. 

La lista de riesgos y desventajas de la telematización “Covid-19” es muy amplia, y cuestiona algunas de las ventajas citadas. En el ámbito empresarial, la parte proporcional del gasto en electricidad, internet y calefacción puede recaer de forma directa en cada teleempleado y perjudicar su economía. Además, este modelo de trabajo impone en los individuos posturas ergonómicas inadecuadas, que, realizadas durante largos periodos de tiempo, les originarán problemas físicos, orgánicos y posturales. Se reducen sobre todo, las horas de socialización y sus expectativas –conciencia de clase, por ejemplo–, y se vuelve incompatible teletrabajar de manera adecuada en el domicilio familiar cuando la unidad familiar, habitualmente, suele estar compuesta por una diversidad de miembros, con necesidades muy diferentes –el cuidado de personas dependientes, ya sea un recién nacido, algunos ancianos, o una persona enferma, necesitan una atención permanente. El teletrabajo absorberá el tiempo de los cuidadores-teletrabajadores, al tener que desarrollar multitareas y laberínticos horarios para poder llegar a todos los ámbitos. Y si el domicilio es unipersonal, la sensación de soledad será aún más intensa. 

Si la modalidad del teletrabajo aumenta crecerán las reacciones de estrés laboral que pueden derivar hacia todo tipo de trastornos.

Si la modalidad del teletrabajo aumenta, crecerán las reacciones de estrés laboral que, según afirman las autoridades sanitarias, pueden derivar hacia trastornos musculares, gastrointestinales, respiratorios, cardiovasculares, dermatológicos, cansancio visual o aislamiento social. La vendida idea de que el teletrabajador gana un tiempo que puede utilizar para cuidar mejor su salud no está completamente demostrada, principalmente porque entra en contacto con numerosas distracciones que fomentan el desarrollo de hábitos relacionados con el sedentarismo, el tabaquismo, el alcoholismo o la obesidad, motivados, en parte, por la reducción para establecer estrategias de autocontrol en un escenario repetitivo en el tiempo y en el espacio.

El aislamiento del teletrabajador del resto de sus compañeros y la falta de contacto con su empresa, podrá ocasionar riesgos de carácter psicosocial, que desemboquen en cuadros de ansiedad, depresión o trastornos del sueño. La función de cohesión social que cumple el trabajo en equipo compite con el aislamiento al que conduce el teletrabajo. La familia puede tensar la vida del teletrabajador, puesto que la interacción física del ámbito laboral/familiar no proporciona el apoyo social que éste encuentra en una empresa, en parte, porque la creación de un horario fijo determina unos márgenes temporales que benefician al trabajador. Situación que no ocurre en el hogar, pues aunque el teletrabajador es libre para diseñar su propio horario fuera de la franja laboral, puede experimentar un sentimiento de pérdida y de apoyo por parte de la empresa, ante la falta de vínculos con sus compañeros, ya que el contacto cara a cara mientras se trabaja o los encuentros presenciales en momentos de distensión, generan nexos y refuerzan lazos de amistad entre ellos, y el trabajo en equipo favorece la dinámica empresarial y de clase. Si el motivo fundamental del teletrabajo consiste, principalmente, en rebajar costes empresariales, en los hogares de los trabajadores se incrementa la factura de la luz, de internet o la de la calefacción, cuando en la oficina, la empresa tiene la obligación de aportar el material de trabajo necesario: una potente y gratis conexión a internet, y un mobiliario adecuado y adaptado. La desventajosa realidad es que los trabajadores utilizan sus propias herramientas y ordenadores, con el consiguiente rápido deterioro por el uso y la obligada inversión en otro nuevo, no costeado habitualmente por las pequeñas y medianas empresas, que conforman la mayor parte del tejido empresarial del país. La regulación de las horas extraordinarias no declaradas, no remuneradas y/o no cotizadas se complica con la práctica del teletrabajo, porque el empleador no ve físicamente al trabajador, y éste, desde su casa puede llegar a realizar más o menos horas de las estipuladas para lograr los objetivos diseñados por el empresario –motivados, mayoritariamente, por la ausencia de medios tecnológicos de control verdaderamente adecuados. 

Tampoco se puede implementar esta modalidad en todos los tipos de negocios, porque algunos son obligatoriamente presenciales; sobre todo los relacionados con la parte del sector terciario dedicado a la prestación de servicios: la restauración, la belleza y cosmética, la venta de textiles, complementos, calzado, relojería y joyería, automóviles y embarcaciones, el ocio, la cultura, el turismo, la sanidad, la estética, la mencionada educación, o el transporte. Todo este tejido económico nutre y activa la economía del país. El número de empleados de este sector no puede readaptar su trabajo ante un monitor, pues el contacto y la comunicación oral son insustituibles, pasando a engrosar la lista del desempleo o de un ERTE.  

Un nuevo riesgo visible son los accidentes laborales ocasionados por no reunir las medidas apropiadas para desarrollar el teletrabajo de manera correcta. Este punto es muy importante, y la regulación del teletrabajo en España es muy escasa –solamente se recoge en el artículo número 13 del Estatuto de los Trabajadores, que especifica que los trabajadores a distancia tendrán los mismos derechos que los que prestan servicio en el centro de trabajo de la empresa, y que el empresario deberá establecer los medios necesarios para asegurar el acceso efectivo de estos trabajadores a la formación profesional para el empleo.

Antropología del teletrabajoPor último, antes de la irrupción del coronavirus en España, el número de teletrabajadores suponía un siete por ciento, aproximadamente –cifra por debajo de la media europea–, y actualmente los datos van creciendo sin tener confirmada, por ahora, una estadística definitiva, al ir cambiando en función de los acontecimientos diarios. 

El nuevo riesgo visible reside en que la mayoría de la clase trabadora de este país, y la que está por llegar con la era post “Covid-19”, habita en casas pequeñas, donde es difícil disponer de un despacho o un espacio habilitado para trabajar, algo que se ahorra de nuevo la empresa. La desventaja de no poder separar la vida profesional de la personal, enrarece el nuevo sistema hacia el que la nueva era, probablemente, nos derive. Solamente los menos atribulados por el “Covid-19” estarán más exentos de riesgos, amenazas y desventajas.